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Daniela bajó del automóvil y dio dos timbrazos breves. Acudió a la llamada una mujer bajita, con los ojos enmarcados por unas gafas con montura de pasta. Entreabrió la puerta y preguntó qué quería. Ella Contó lo mejor que pudo su historia. La enfermera le informó que había un reglamento, que si se habían molestado en hacerlo era sin duda alguna para aplicarlo, y que no tenía más que retrasar su viaje y volver al día siguiente.

Daniela suplicó, invocó la excepción que confirma la regla, se dispuso a resignarse, con lágrimas en los ojos, y entonces vio que la enfermera cedía y miraba el reloj.

-Tengo que hacer la ronda -dijo-. Sígame sin hacer un solo ruido ni tocar nada, y dentro de quince minutos la quiero fuera.

Daniela le tomó una mano y se la besó como muestra de agradecimiento.

-¿Son todos así en México? -preguntó la mujer, esbozando una sonrisa.

La dejó entrar en el pabellón, invitándola a acompañarla. Se dirigieron a los ascensores y subieron directamente a la quinta planta.

-La llevaré a la habitación, haré la ronda y pasaré a buscarla. No toque nada.

Empujó la puerta de la 505. La habitación estaba sumida en la penumbra. Tendida en la cama, iluminada por una tenue luz, había una mujer que parecía profundamente dormida. Desde la entrada, Daniela no podía distinguir sus rasgos.

-Dejo abierto -dijo la enfermera en voz baja-. Entre, no se despertará, pero lleve cuidado con lo que dice cerca de ella. Con los pacientes que están en coma, nunca se sabe. En cualquier caso, eso es lo que dicen los médicos. Lo que yo digo es otra cosa.

Daniela entró sigilosamente. María José estaba de pie junto a la ventana y le pidió que se acercara.

-Venga, no voy a morderle.

Ella no paraba de preguntarse qué hacía allí. Se acercó a la cama y bajó la mirada. El parecido era sorprendente. La mujer inerte estaba más pálida que su doble, que le sonreía, pero aparte de ese detalle sus rasgos eran idénticos.

-Es imposible. ¿Son hermanas gemelas? -preguntó Daniela, dando un paso atrás.

-¡Es usted desesperante! No tengo ninguna hermana. Soy yo, tendida ahí, soy yo misma. Ayúdeme e intente admitir lo inadmisible. No hay ningún truco y no está usted dormida. Daniela, sólo la tengo a usted, ha de creerme, no puede darme la espalda. Necesito su ayuda, es usted la única persona del mundo con quien puedo hablar desde hace meses, el único ser humano que percibe mi presencia y me oye.

-¿Por qué yo?

-No tengo ni la más remota idea. En todo esto no hay nada coherente.

-«Todo esto» es bastante espeluznante.

-¿Cree que yo no tengo miedo?

Sí, tenía miedo para dar y vender. Era su propio cuerpo el que veía marchitarse un poco más cada día, como un vegetal, tendido con una sonda urinaria y una perfusión para ser alimentado. No tenía ninguna respuesta para las preguntas que Daniela hacía y que ella se hacía también todos los días desde el accidente.

-Tengo interrogantes que usted ni imagina.

Con mirada triste, le hizo partícipe de sus dudas y sus miedos.

¿Cuánto tiempo duraría ese enigma? ¿Podría volver a llevar la vida de una mujer normal aunque sólo fuera unos días, caminar, estrechar entre sus brazos a las personas que quería? ¿Para qué servía haber dedicado tantos años a estudiar medicina si iba a acabar así? ¿Cuántos días le quedaban antes de que le fallara el corazón? Se veía morir, y tenía un miedo cerval.

Ojalá fuera cierto Where stories live. Discover now