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—¡Hay que confesarle la verdad y negociar con él!

—Tengo que darme prisa en sacar tu cuerpo de aquí.

—¡No, no quiero! ¡Ya basta! Seguro que estará escondido por ahí y te pillará en flagrante delito. Para, Daniela, es tu vida. Ya lo has oído, te arriesgas a que te caigan cinco años de prisión.

Daniela presentía que el policía estaba haciendo su última jugada, que no tenía nada, que no conseguiría una orden judicial, y expuso su plan de salvamento: al caer la noche, saldrían por la parte de delante de la casa y meterían el cuerpo en la barca.

—Bordearemos la costa y te esconderemos en una gruta durante dos o tres días.

Si el policía indagaba, se quedaría con un palmo de narices y no tendría más remedio que abandonar.

—Te seguirá, porque es policía y porque es testarudo —replicó María José —. Todavía tienes una posibilidad de salir de este lío si le haces ganar tiempo en la investigación, si le ofreces la clave del enigma a cambio de un arreglo. Hazlo ahora; después será demasiado tarde.

—Está en juego tu vida, así que esta noche trasladaremos tu cuerpo.

—Daniela, tienes que ser razonable. Esto es una huida hacia delante, y es demasiado peligroso.

—Esta noche nos haremos a la mar —repitió Daniela, dándole la espalda.

Luego vació el maletero del coche. El resto del día se hizo largo. Se hablaron poco y apenas cruzaron unas miradas. Al final de la tarde, María José se plantó delante de Daniela y la estrechó entre sus brazos. Daniela la besó con dulzura.

—No puedo dejar que te lleven, ¿lo entiendes? —dijo Daniela.

María José lo entendía, pero le resultaba muy difícil permitir que comprometiera su vida.

Daniela  esperó a que cayera la noche para salir por la puerta-ventana que daba a la parte de abajo del jardín. Anduvo hasta las rocas y comprobó que el mar se oponía a su proyecto.

Grandes olas rompían contra la costa, imposibilitando la ejecución del plan que había trazado. La barca se estrellaría al primer golpe de mar. Y empezaba a soplar un viento que todavía empeoraba la situación. Se puso en cuclillas, con la cabeza entre las manos.

María José que se había acercado a Daniela sin hacer ruido, se arrodilló a su lado y le pasó un brazo por los hombros.

—Volvamos —le dijo—, vas a quedarte fría.

—Yo…

—No digas nada, interpreta esto como una señal. Pasaremos esta noche sin atormentarnos y ya verás como mañana se te ocurre algo; además, a lo mejor el viento amaina al amanecer.

Pero Daniela sabía que el viento de alta mar anunciaba una tormenta que duraría por lo menos tres días. Cuando el mar se enfurecía nunca se calmaba en una noche.

Cenaron en la cocina y encendieron la chimenea del salón. Hablaban poco. Daniela no paraba de pensar, pero no se le ocurría nada.

Fuera, el viento soplaba con más fuerza, doblando los árboles hasta casi partirlos, la lluvia azotaba los cristales de las ventanas y el mar había iniciado un ataque sin cuartel contra la muralla de rocas.

—Antes me encantaba cuando la naturaleza se desmandaba así. Esta noche parece la banda sonora de tornado.

—Te veo muy triste, Daniela, pero no deberías estarlo. No estamos despidiéndonos. No paras de decirme que no piense en el mañana, así que aprovechemos este momento que todavía nos pertenece.

Ojalá fuera cierto Where stories live. Discover now