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Pilguez cumplió su promesa. Dejó a su pasajera inerte en el servicio de urgencias. Menos de una horas más tarde, el cuerpo de María José se hallaba instalado en la habitación de donde había sido secuestrado.

El inspector fue a la comisaría y se dirigió directamente al despacho del director. Nadie supo jamás el contenido de la conversación que mantuvo con Daniela, que duró dos largas horas, pero al salir de la estancia, el inspector fue a ver a Nathalia con un grueso expediente bajo el brazo, dejó caer la carpeta sobre su mesa y, mirándola fijamente a los ojos, le ordenó que guardase inmediatamente aquellos documentos en el cajón de los «casos dormidos».

Daniela y María José se instalaron en el apartamento de Green Street. Pasaron la tarde en La Marina, paseando por la orilla del mar. El hecho de que nada indicara que el procedimiento de eutanasia seguiría su curso les hizo concebir cierta esperanza. Después de todos aquellos acontecimientos, quizá la madre de María José se replanteara su decisión.

Cenaron en el Perry’s y regresaron hacia las diez para ver una película en la tele.

La vida recuperó su normalidad, y a medida que pasaban los días, cada vez recordaban con menos frecuencia la situación que tanto les preocupaba.

Daniela aparecía de vez en cuando por su despacho para firmar papeles. El resto del día lo pasaban juntas, yendo al cine, paseando durante horas por las alamedas del Golden Gate Park. Un fin de semana fueron a Tiburón, a la casa que un amigo de Daniela le prestaba cuando se iba a Asia. La primera parte de otra semana la dedicaron a hacer vela en la bahía, navegando de una cala a otra.

Asistían a multitud de espectáculos en la ciudad: music-hall, ballets, conciertos y teatro. Las horas transcurrían como en unas largas vacaciones en las que todos los caprichos están permitidos. Vivir el instante presente, al menos por una vez sin planear, ocultando el mañana. Sin pensar en nada más que en lo que sucede. La teoría de los segundos, como ellas decían. La gente tomaba a Daniela por loca al verla hablar sola o caminar con un brazo levantado en horizontal. En los restaurantes que frecuentaban, los camareros estaban acostumbrados a la presencia de aquella mujer que, sentada sola en la mesa, de pronto hacía el gesto de asir una mano invisible para todos y besarla, hablaba solo en voz baja y se hacía a un lado en el umbral de la puerta para dejar paso a una persona inexistente. Unos pensaban que había perdido la razón; otros, que imaginaba estar con su esposa fallecida. Daniela ya no intentaba disimular; saboreaba cada uno de esos instantes que tejían la red de su amor. En el espacio de unas semanas se habían convertido en cómplices y amantes y compartían su vida.

Paul ya no se preocupaba; había aceptado que su amiga estaba atravesando una crisis. Tranquilizado por el hecho de que el secuestro no hubiera tenido consecuencias, se ocupaba de la gestión del estudio convencido de que antes o después su socia se recuperaría y las aguas volverían a su cauce. No tenía prisa. Lo importante era que aquel a quien llamaba hermana mejorara o se restableciera por completo, cualquiera que fuese el mundo en el que vivía.

Transcurrieron así tres meses sin que nada fuera a turbar su intimidad. Aquello sucedió un martes por la noche. Se habían acostado tras pasar una velada apacible en casa. Después de los abrazos cómplices, habían compartido las últimas líneas de una novela que leían juntas, pues Daniela tenía que pasarle las páginas.

Se habían dormido tarde, una en brazos de la otra.

Hacia las seis de la mañana, María José se incorporó de un salto y llamó a Daniela gritando. Está se despertó sobresaltado y le sorprendió verla sentada con las piernas cruzadas, la tez pálida y cristalina.

—¿Qué pasa? —preguntó con la voz llena de inquietud.

—Abrázame, por favor, deprisa.

Daniela lo hizo inmediatamente y María José, antes de que le repitiera la pregunta, acercó una mano a su mejilla y la acarició, deslizando luego los dedos hacia su barbilla y rodeándole la nuca con una ternura infinita. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

Ojalá fuera cierto Où les histoires vivent. Découvrez maintenant