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A las diez, Paul metió la ambulancia en el garaje de Daniela y llamó a la puerta.

—Estoy preparado —dijo.

—Ponte esta bata y estas gafas. Son cristales neutros.

—¿No tienes barbas postizas?

—Te lo explicaré todo por el camino. Venga, tenemos que estar allí a la hora del relevo, a las once en punto. María José, ven con nosotros, te necesitaremos.

—¿Hablas con el fantasma? —preguntó Paul.

—Con alguien que está con nosotros pero a quien tú no ves.

—Daniela, ¿todo esto es una broma, o realmente te estás volviendo loca?

—Ni una cosa ni la otra. Es imposible entenderlo, así que no vale la pena explicarlo.

—Lo mejor sería que me transformara en pastilla de chocolate, así el tiempo pasaría más deprisa y yo no me preocuparía tanto, envuelto en papel de aluminio.

—Es una opción, desde luego. Venga, date prisa.

Disfrazados de médico y camillero respectivamente, se dirigieron al garaje.

—¿Esta ambulancia ha estado en la guerra?

—He agarrado lo que he podido, ¿comprendes? ¡Menuda bronca! En fin, lo único que falta es que me hables con subtítulos en alemán. Me parece que estoy soñando.

—Era broma, hombre, nos irás genial.

Paul se puso al volante, Daniela se sentó a su lado y María José entre los dos.

—¿Quiere que conecte el faro giratorio y la sirena, doctora?

—¿Y tú quieres tomarte esto en serio?

—Ah, no, amiga mía, eso sí que no. Si intento considerar en serio que estoy en una ambulancia que me he agenciado para ir con mi socia a robar un cadáver a un hospital, me expongo a despertar y entonces tu plan se iría al garete. De modo que voy a hacer lo que sea por tomármelo lo menos en serio posible; así seguiré creyendo que estoy en un sueño… o en una pesadilla. El lado bueno es que las noches de los domingos siempre me han parecido tristes, y quieras que no esto da un poco de vida.

María José se echó a reír.

—¿A ti te hace gracia? —preguntó Daniela.

—¿Quieres dejar de hablar sola de una vez?

—No hablo sola.

—De acuerdo, hay un fantasma ahí detrás. Pero deja de hacer apartes con él, me pone nervioso.

—Es ella.

—¿Quién?

—Es una mujer, y oye todo lo que dices.

—Quiero los mismos cigarrillos que fumas tú.

—¡Conduce!

—¿Siempre está así? —preguntó María José.

—Muchas veces.

—Muchas veces ¿qué? —preguntó Paul.

—No hablaba contigo.

Paul frenó en seco.

—¿Qué te pasa? —preguntó Daniela.

—¡Para ya! ¡Te juro que me molesta mucho!

—Pero ¿qué te pasa?

—¿Qué qué me pasa? ¡Pues que estoy hasta las narices de tu absurdo empeño en hablar sola!

Ojalá fuera cierto Where stories live. Discover now