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Una vez en casa, Daniela se instaló tras su mesa de trabajo. Conectó el ordenador y entró en Internet. Las «autopistas informáticas» le permitían acceder instantáneamente a cientos de bases de datos sobre el tema que lo ocupaba. Había formulado una petición en un buscador tecleando simplemente la palabra «coma» en la casilla correspondiente, y la red le había propuesto varias direcciones de sites que contenían publicaciones, testimonios, ensayos y conversaciones sobre el tema. María José se situó junto a la mesa.

En primer lugar se conectaron al servidor del Memorial Hospital, sección de Neuropatología y traumatología Cerebral. Una reciente publicación del profesor Silverstone sobre los traumatismos craneales les permitió acceder a la clasificación de los diferentes tipos de coma según la escala de Glasgow: mediante tres números se indicaba la reactividad a los estímulos visuales, auditivos y sensitivos. María José entraba en la categoría 1.1.2, que correspondía a un coma en fase 4. Un servidor los envió a otra biblioteca de datos donde aparecían campos de análisis estadísticos sobre las evoluciones de los pacientes en cada familia de coma. Nadie había regresado jamás de un viaje en «cuarta»... infinidad de diagramas, cortes axonométricos, dibujos, informes de síntesis y fuentes bibliográficas fueron cargados en el ordenador de Daniela y luego imprimidos. En total, casi setecientas páginas de información clasificada, seleccionada y relacionada por centros de interés.

Daniela encargó una pizza y dos cervezas y dijo que lo único que había que hacer era leer. María José le preguntó de nuevo por qué hacía todo aquello.

-Porque se lo debo a alguien que en muy poco tiempo me ha enseñado muchas cosas, y especialmente una: el sabor de la felicidad. Todos los sueños tienen un precio.

Inmediatamente reanudó la lectura, anotando lo que no entendía, es decir, casi todo. A medida que avanzaban, María José le explicaba los términos y razonamientos médicos.

Da puso una gran hoja de papel sobre la mesa de trabajo y empezó a redactar los resúmenes de las notas que había tomado. Clasificaba la información por grupos y relacionaba éstos entre sí. De este modo se formó poco a poco un gigantesco diagrama, que continuó en una segunda hoja donde los razonamientos se mezclaban con conclusiones.

Dedicaron dos días y dos noches a intentar comprender, a buscar la clave del enigma que tenían ante sí.

Dos días y dos noches para llegar a la conclusión de que el coma seguía y seguiría siendo, durante bastantes años, una zona muy oscura en la que el cuerpo vive divorciado del espíritu que lo anima y le da un alma. Exhausta, con los ojos enrojecidos, Daniela se durmió en el suelo; María José, sentada tras la mesa de trabajo, miraba el diagrama recorriendo las flechas con la yema del índice y observando, no sin sorpresa, que la hoja se ondulaba bajo el dedo.

Se agachó junto a Daniela, frotó la palma de la mano contra la moqueta y después se la pasó por el antebrazo, cuyo vello se erizó. Entonces esbozó una sonrisa, le acarició el pelo y se tumbó a su lado, pensativa.

Daniela se despertó siete horas más tarde. María José seguía sentada tras la mesa de trabajo.

Se restregó los ojos y le dedicó una sonrisa, que ella le devolvió al instante.

— Hubieras estado mejor en la cama, pero dormías tan a gusto que no me atreví a despertarte.

— ¿Llevo mucho tiempo durmiendo?

— Varias horas, pero no las suficientes para recuperar el sueño atrasado.

Daniela quería tomarse un café y ponerse de nuevo manos a la obra, pero María José frenó su impulso. Su dedicación la conmovía enormemente, pero no valía la pena. Daniela no era médico y ella era una simple interna, así que no iban a resolver entre las dos la problemática del coma.

Ojalá fuera cierto Onde histórias criam vida. Descubra agora