Capitulo 1

245 26 4
                                    

Y ahí estaba yo.

Metida en un verdadero lío solo porque a mi mamá se le había ocurrido hacerse una amiga insoportablemente adorable.

La había conocido un día en el supermercado mientras hacía la despensa y habían quedado prendadas la una a la otra. Recuerdo perfectamente el haber llegado a casa aquel día y haberlas encontrado en la sala tomando el té.

Mi mamá no tenía muchas amigas, pero las pocas que tenía eran increíbles; dulces, amables, cariñosa...

Emilie Agreste parecía ser todo aquello.

Se habían conmovido la una a la otra. Mi mamá era invidente y, al parecer el hijo de Emilie había sufrido un accidente y había perdido la vista.

Poco a poco la convivencia entre ella fue más fuerte y frecuente y, cuando me di cuenta, Emilie ya iba casi a diario a nuestra casa.

Aquella tarde, Emilie nos había contado la situación de su hijo. Al parecer perder la vista había sido un golpe muy duro para él porque, según su madre, se la vivía encerrado. No quería comer, no  quería salir, no quería ver a nadie, no iba a la escuela... Parecía esperar su muerte.

El corazón se me estrujaba en el pecho cada vez que me daba cuenta del dolor de aquella mujer y, en un arranque, me ofrecí a ayudarla.

Sabía que me arrepentiría después, con la universidad, las tareas, ayudar a mi mamá en la tienda y mis clases de baile me quedaba muy poco tiempo para mí pero no me importó.

Yo sabía ''ver'' el mundo como lo hacían mis padres. Sabía moverme en cualquier lado sin ver con los ojos. Veía con el resto de mis sentidos.

Recuerdo perfectamente como jugaba con mi madre. Ella vendaba mis ojos y me enseñaba a ver el fascinante mundo de la sensibilidad, el tacto, el olfato...

Me había comprometido a ir a intentar enseñarle a su hijo absolutamente todo lo que yo sabía.

Mi madre siempre había sido una mujer muy espiritual. Una mujer que creía que el destino era algo irrevocable. Algo que no podía cambiarse, algo que ya estaba escrito y nada, ni nadie, podría modificarlo. Nada pasa por casualidad y, para ella, el haberse encontrado con Emilie Agreste, no era una coincidencia ni una casualidad. Era el destino.

Así que ahí me encontraba. Caminando rumbo a la casa de Emilie Agreste para ayudar a su hijo. Pude distinguir el número de la casa y me quité los audífonos. Uno de ellos se enredó en mi cabello y luché con el unos segundos para liberarlo. Intenté peinar con mis dedos mi mata de cabello pero fue imposible. Mi cabello nunca podría verse como los de las chicas de las revista, debía resignarme.

Toqué el timbre de la casa y aguardé unos segundos antes de encontrarme con la amable Emilie.

-¡Chloe!, ¡hola!, pensé que no vendrías-Me dijo. Su voz parecía aliviada.

Sonreí antes de entar a la casa tras ella titubeante.

Se volvió hacia mí un instante. Por un segundo vi el miedo en su mirada y comencé a ponerme nerviosa.

-Adrien es un chico...-Titubeó un segundo pensando en la palabra perfecta-, con un cáracter especial.

Intenté sonreír pero estoy segura que lució más como una mueca.

-Puedo manejarlo-Dije intentando sonar segura.

Emilie sonrió nerviosa y subimos las escaleras.

El silencio me ponía los pelos de punta. Nos detuvimos frente a una puerta de madera. Nuestros pasos eran amortiguados por la alfombra del suelo. Emilie tocó la puerta pero nadie respondió,

-¿Adrien?-Titubeó.

Guardamos silencio un momento que me pareció eterno pero nadie habló.

-Adrien, no quiero entrar sin tu permiso-Dijo Emilie con voz acongojada.

-Vete-Dijo una voz ronca desde el interior de la habitación.

-Adrien, por favor...-Pude notar como la voz de Emilie se quebraba.

El silencio lo invadió todo.

Emilie me miró y abrió la puerta lentamente asomando la cabeza por la rendija. Articuló algo que no pude entender y luego me miró. Yo la miré expectante y negó con la cabeza.

-No quiere visitas-Me dijo en un susurro para que él no nos escuchara.

Cerró la puerta y se dirigió a la escalera. Pude notar como aguantaba las lágrimas y entonces, regresé a la puerta y la abrí con brusquedad.

Me quedé congelada. Esperaba a un niño no mayor de doce años pero en esa habitación solo estaba un chico. Un chico más o menos de mi edad. Sus ojos verdes estaban perdidos en la nada, su cabello rubio claro se ondulaba alborotado sobre su nuca y su frente, su piel blanca contrastaba con unos labios rojos y mullidos. Su expresión de confusión era casi igual que la mía.

-¿Quién anda ahí?-Dijo con su voz ronca mientras miraba hacia todos lados con el entrecejo fruncido-

Aunque no puedo verte (Adrichloe)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora