Capítulo 1 (Alan)

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―¡Hombre!―oigo gritar a mi abuela cuando entramos a casa―. ¡Ya era hora! Que se supone que estáis aquí para que no esté sola y me dejáis todo el día.

―Ni dos horas, abuela―le respondo tras mirar el móvil.

―Sí, bueno, pues se me han hecho eternas. Menos mal que ha escampado y he salido a la terraza a bichear.

―¿A bichear qué?

―Hombre, ya se está empezando a llenar el pueblo de guiris.

―Qué cotilla eres, mamá―le dice mi madre, mientras suelta las bolsas con la compra.

―¡Es que me aburro!

―Cómo si antes no lo fueras―le digo.

―¡¿Cómo?! Verás como te de con la muleta.

Subo las escaleras mientras oigo a mi abuela refunfuñar. Si uno de nosotros es el alma de la casa, es ella seguro.

Después de comprar la bebida y comida que vamos a llevar esta noche, mi madre nos ha invitado a comer en Burger King y luego Leire se ha ido porque tenía una comida familiar o algo así.

La casa de mi abuela es bastante grande, tiene dos plantas muy espaciosas y en la tercera está mi cuarto, en lo que sería la buhardilla. Entro dispuesto a echarme una siesta, porque si no esta noche no voy a aguantar nada y ya veo a Leire tirándome al agua para que me espabile. Sí, es el Mediterráneo, el agua no suele estar muy fría, pero a las doce de la noche creo que no me hará mucha gracia.

Me tumbo en la cama e inconscientemente los ojos se me van a ese rincón que siempre evito mirar.

Mierda.

Ya he mirado, y cuando miro me cuesta dejar de mirar.

Ahí está, con esa sonrisa tan amplia que hace que sus ojos sean casi una línea.

Mi padre.

Me tiene en brazos, y se ve mi madre de fondo. Yo no tendría más de dos años, pero recuerdo el momento perfectamente, aunque quizás es una creación de mi mente después de haber visto tantas veces la foto y de haber oído a mi familia hablar de aquel día en la nieve. Eran (éramos) tan felices que cuesta creer que unos años después todo se jodería, empezando por el accidente de mi padre y luego... bueno, lo que vino después. El verdadero motivo por el que nos fuimos de Alemania. A veces no sé cómo mi madre puede ser tan feliz ahora después de todo eso.

Noto que se me saltan las lágrimas. Es la señal para dejar de mirar la foto.

Intento apartar esos pensamientos de mi mente, cierro los ojos y me intento convencer de que me lo voy a pasar genial con Leire y los demás en la playa.

Me despierta el sonido del timbre. Al instante mi abuela grita algo, seguramente se queja de que no puede levantarse. Busco el móvil entre la sábana enredada en mis piernas y lo desbloqueo a toda prisa. Las 19:27. Y un montón de mensajes de Leire y de un grupo en el que me ha metido y donde no conozco a nadie. Joder, ¿cómo he dormido tanto...?

Antes de que salga de la cama, la puerta de mi cuarto se abre y aparece Leire.

―NO ME CREO QUE ESTUVIERAS DURMIENDO―me dice, abriendo muchísimo los ojos.

Me siento en la cama y la miro un segundo. Está guapísima. Lleva un top negro con transparencias y unos shorts blancos. El pelo oscuro le llega casi hasta la cintura, y el negro de la sombra de ojos parece hecho del mismo color que ellos.

―Me he quedado dormido, tía.

― ¡No me digas! Venga, anda, vístete, Ponte guapo.

―¿Más?

Lluvia de veranoWhere stories live. Discover now