Miguel

161 19 271
                                    

Tw: contenido sensible

No había nacido nada pobre, venía de la familia más rica del Barrio, y la más religiosa también, eso era Miguel, desde muy pequeño fue educado bajo las reglas del cristianismo, una de las tantas ramas de la religión católica, Miguel hasta fue nombrado así por uno de los arcángeles, ser fiel a Dios era lo único por lo que existían.

Miguel ya tenía siete años, estaba jugando en su patio, armaba un castillo con arena en la punta de la reja, en cuanto levanto la mirada vio a otro niño mirándolo muy de cerca, claro que el pequeño se asustó y se echó para atrás.

—¿Por qué te asustas?.

La ropa de ese niño se encontraba desgastada y sucia, Miguel sabía bien que no debía juntarse con negros, mendigos, comunistas ni personas con algún tipo de discapacidad, quería alejarse de él, pero jamás se juntaba con niños así, su curiosidad lo mataba, aun que si alguien lo viera diría que era como el diablo tentándolo a pecar.

—No es nada, perdón, sé que asustarse es de maricas —. Bajo la cabeza con vergüenza y un leve sonrojó en sus mejillas.

—¡No te preocupes!, no hay nada de malo en asustarse, soy Raúl, todos nos asustamos —. Le sonrió con todos los dientes, incluso si ya le faltaban algunos, extendió sus manos para chocar los cinco con el otro niño como un saludo.

Miguel tuvo millones de pensamientos, millones de dudas en ese momento, pero las dejó de lado y extendió la mano, choco su pequeña mano con la del otro niño y dio una tímida sonrisa, reviviendo una risa dulce del otro.

El niño rico normalmente estaba dentro de su casa, salía muy rara vez, incluso ese día luego de armar el castillo pensaba en irse a dormir, pero no fue así ese día, se quedó todo el día hablando con ese niño pobre, cada cosa que le salía de la boca lo hacía adorarlo, comenzó a prestarle sus juguetes y jugaban todo el día, incluso al estar separados por la cerca.

Los días pasaban, y Miguel no soportaba seguir estando separado de ese chico, a medida que crecía y pasaba más tiempo con Raúl, se alejaba más de la religión, andaba cerca de cualquier tipo de persona, mientras que fueran buenos, todo estaba bien.

Ese niño le enseñó a hacer amigos, poco a poco dejaba su timidez, se la pasaba divirtiéndose y tratando de ser como su amigo, como el mejor niño que podría conocer, tantas enseñanzas nuevas que no hablaban de una clase social o una diferencia física, Miguel era feliz al lado de ese niño tan inteligente.

Raúl era un alma libre, hacia lo que quería, se subía a los árboles y no le temía a lastimarse, rompía nidos de avispas sin miedo, y peleaba con palos, era como un salvaje al lado de Miguel, era un desastre, pero al niño religioso no le importaba eso, se sentía abrumado pero feliz por todo esto.

Los años pasaron y Miguel comenzó a tener algunos pensamientos fuera de lugar, la pubertad le había llegado, y con eso no fue solo detrás de sus cambios corporales, pues sentimentalmente se estaba jodiendo, ya no sentía que Dios existiera o tuviera siquiera algún sentido la biblia, y Raúl era un tema que se volvía constante en sus sueños "extraños".

Sus acercamientos a Miguel se volvían cada vez más evidentes, y en ese tiempo de sentimientos a Raúl conoció a Rosario, claro que se le presentó a su amigo, ellos dos no se llevaban excelente, pero tampoco mal, aun así Miguel comenzó a sentir celos, Rosario era muy pegajosa, siempre abrazaba a Raúl y lo besaba en la mejilla como saludo, incluso sabiendo que Rosi lo hacía con todos, sintió inseguridad.

—Papá... ¿Qué haces cuando a él.? ¡La!, cuando a la chica que te gusta le coquetean, ¿que harías?.

Miguel estaba revolviendo su comida algo abrumado, por su cabeza pasaba la idea de contarle a Raúl, si lo rechazaba tal vez podría olvidar todo, pero claro que su padre no le daría un mejor consejo.

RarosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora