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alfredo guzmán.
era un nuevo día en la ciudad de culiacán, las grandes nubes ocultaban el brillante sol que calentaba el lugar, y el hermoso cielo azul era remplazado por un triste tono grisáceo. amenazaba con llover y eso era algo que no le agradaba a alfredo guzmán.
el día lo ponía triste.
revisó por décima vez su teléfono, esperando que esta vez tuviera alguna respuesta de aura, pero no fue así.
se había hecho tan amante de sus pláticas, de sus momentos de risa y simplemente a estar a su lado, que le dolía en el alma que llevara meses ignorandolo y huyendo de él.
dos largos meses.
y ahora estaba ahí, observando el traje negro que debía usar. se supone que desde hace horas tenía que estar listo, pero no podía. no podía levantarse de la cama y fingir que casarse con elsa era algo que él quería. no ahora, no cuando parecía haber encontrado algo que le hizo vibrar el corazón.
y que probablemente había perdido para siempre.
ovidio tenía razón cuando dijo que no podía ocultar por mucho tiempo su compromiso, que debía hablarlo y, si tan solo no hubiese sido un cobarde, cancelarlo. ¿pero qué le diría a su padre?
un pequeño golpeteo en la puerta lo hizo salir de su trance, soltó un suspiro y aclaró su garganta, tratando de fingir que todo estaba en orden.
— ¿cómo va todo, cariño? — la voz de su madre se escuchaba con un ligero tono de preocupación, ¿y cómo no estarlo? si su boda empezaba en quince minutos.
— todo está bien, ama.
alejandrina salazar conocía a la perfección a su hijo y aunque no estuviera viéndolo de frente, sabía que no estaba diciendo la verdad. alfredo desde chiquito fue malo para decirle mentiras y eso no había cambiado.
giró la perilla y entró a la habitación, no había ningún tipo de vergüenza. su hijo menor estaba ahí, sentado sobre la cama y aún en ropa interior. no parecía ser el día más feliz de su vida.
— jesús..
— no diga nada, ama. — sorbió su nariz y se armó de valor, parándose en un brinco y tomando su traje con rapidez.
sus movimientos eran bruscos y muy torpes, varias veces estuvo a punto de caer al poner sus pantalones. dando pequeños brincos para que subiera y lograra abrocharlo, sus zapatos estaban impecables; aunque no lucían igual que el resto de su traje.
— si algo está mal, puedes decirme, mi amor. — insistió nuevamente su madre.
pero esta vez no respondió nada. allá afuera estaban los invitados, estaban sus hermanos y lo más importante, estaba su padre. esperándolo con ansias y con orgullo por formar una familia, por ser el primer guzmán en sentar cabeza. por primera vez lo estaba viendo con ojos de admiración, siempre había sido iván quien tuviera la total atención de su padre.
