Capítulo 43: Verdades al descubierto

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ROSE RIVERS

El olor a ajo, cebolla y salsa se adueña de la cocina mientras revuelvo los espaguetis con los condimentos. Le echo un poco de queso rallado por encima y lo dejo reposar unos minutos, para que se funda. Mi móvil vibra sobre el desayunador y le pido a mamá que conteste.

—¿Quién es?

—Khai —contesta, seca.

Un pequeño escalofrío recorre mi espina dorsal y la espátula de madera resbala de mis dedos. Me giro hacia ella cuando el sonido cesa. La veo inmóvil con él en la mano, su semblante tan duro como una roca.

—¿Khai...? —su nombre queda suspendido en mis labios, una mezcla agridulce y nostálgica.

Cada vez que lo pienso, los dulces e intensos recuerdos vuelven con fuerza y mi deseo de estar junto a él se intensifica. Pero luego miro alrededor y veo las huellas de nuestra destrucción, y el espacio entre nosotros se convierte en una barrera, en una obligación. Lo nuestro es imposible.

El ringtone del móvil me arranca de mis pensamientos.

—¿Será que le pasó algo? —Me rasco la parte trasera de la nuca—. Podría ser una urgencia —sugiero en un intento por suavizar la tensión.

—¿Estás buscando una excusa para hablar con él? —pregunta, acusadora.

—Por supuesto que no. —mi voz se quiebra, sintiéndome incomprendida—. ¡No seas así!

—¿Paranoica? ¿Eso quieres decir?

Sacudo la cabeza para mostrar que eso no me pasó por la mente. Aunque, tal vez un poco sí, lo cual es comprensible.

—Mamá...

Ella desliza un dedo y responde la llamada en un tono distante que revela una faceta de su personalidad desconocida para mí.

—Por favor, no vuelvas a llamar ni a buscar a mi hija. No quiero más problemas.

Cuelga y me lo pasa. Mi boca se abre en un perfecto círculo, asombrada.

—No tengo problema con Khai; al fin y al cabo, hizo lo mismo que tu padre. Lo considero como un hijo y sigo apreciándolo. Sin embargo, el verdadero problema es su abuelo, dispuesto a hacer cualquier cosa para arruinar la vida de Aarón, y la tuya si continúas con él. Tengo mucho miedo por ti y no estaré tranquila hasta que ese hombre esté tras las rejas. ¿Lo entiendes?

—Lo comprendo, mamá.

Da una profunda y agitada inhalación y exhalación, y yo intento confortarla con un apretado abrazo.

—Perdón por no apoyarlos, pero tengo miedo de lo que pueda ocurrirte.

—Voy a estar bien. —le respondo en voz baja.

Cuando noto que se ha calmado, le quito el teléfono, lo apago y lo dejo en su lugar. Luego, abro la alacena y saco los utensilios. Preparo una bandeja con un vaso de agua, un plato de pastas y un frasco con los medicamentos de mi padre, y me dirijo hacia su habitación.

Empujo la puerta entreabierta con el pie y entro. Él está sentado en la cama, reclinado sobre los almohadones.

—Buenas noches, papá.

—Buenas noches, hija —responde con una dulce sonrisa.

Después de dejar la bandeja junto a su cama, me siento en la silla al lado de él.

—¿Qué has sabido de Jacob?

—Nada. No te preocupes por él —enuncio en un tono tranquilizador—. Está con Leila y ella lo cuidará mejor que nadie.

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora