Capítulo 66:

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KHAI OLIVETTI

Me cubro con el albornoz que Ros me consiguió en una de las habitaciones de huéspedes. Salgo del baño y miro la habitación de Ros. Esta está pintada de tonos rosas y púrpuras.  Los muebles, desde el lavabo hasta cortinas de las ventanas siguen esta armoniosa gama de colores. Sobre la cómoda, la cúpula que le obsequié ilumina casi de manera astral.

—Ya sequé tu ropa en la lavadora —me dice ella y deposita las prendas sobre el sillón. Luego, saca una toalla del baúl situado al pie de la cama y se dirige hacia el espejo del closet para estrujar su cabello.

—¿Puedo ayudarte?

Se vuelve hacia mí con un gesto invitador. Me acerco, tomo la toalla y la deslizo con suavidad por cada rizo, desde la raíz hasta las puntas.

—Estás haciendo un buen trabajo.

—Me alegra mucho porque es la primera vez que hago esto. —Envuelvo su pelo con la toalla y me siento sobre su cama.

—Perfecto —aprueba mientras mete algunos mechones—. Me retiraré para que te vistas —Se prepara para marcharse.

—No, espera, no te vayas —Tiro de su mano—. Hay algo que debo decirte.

—¿Qué?

—Eres la segunda mejor cosa que me ha sucedido. ¿Lo sabes?

—¿La segunda? ¿No debería ser la primera? —Arruga la cara como si hubiera olido algo putrefacto—.  Se supone que es lo que dicen.

Me levanto.

—La primera fue cruzarme en tu camino, y no solo en un sentido figurado...

Ella ríe sin producir ningún sonido audible.

—Intento ser romántico, no te burles —dramatizo—. Así que, cuando digo que eres lo segundo mejor, es porque el primer lugar ya lo ocupas desde el momento en que nuestras vidas se entrelazaron.

—No necesitas ser romántico, ya lo eres.

Me rodea con sus brazos, dando pequeñas caricias en mi espalda. Nuestros cuerpos hacen contacto directo, como si hubiera una reacción química entre nosotros, lo que nos deja con la piel ardiendo y deseando extinguir ese fuego.

-Te quiero más -susurro contra su oído con la respiración acelerada.

-Yo más -dice con la voz agitada, como si quisiera fundirse conmigo.

Siento la cercanía de nuestros labios y, sin vacilar, atrapo su nuca y la beso con vehemencia. Luego, desciendo hacia su cuello, succiono y exploro cada centímetro mientras ella se estremece y cierra los ojos.

-¿Continuamos? -pregunto, acariciando su mejilla con mis pulgares.

No responde. Retrocede con picardía y deja caer la vieja camiseta al piso, revelando su piel y las finas transparencias del encaje, que parecen esconder y revelar todo a la vez. Me apresuro a besarla impaciente, mientras ella me quita el albornoz. Nos tambaleamos y caemos sobre la cama; y quedo encima de ella.

Admiro sus cautivadores ojos y acaricio sus párpados inferiores con la yemas de mis dedos por un instante antes de volver a besarla.

Esta noche no podría ser más perfecta: cenar juntos, nadar bajo la luz de luna y ahora, compartiendo este momento íntimo con ella.

[...]

Después de disfrutar de la ducha, apago el grifo y me seco. Con los recuerdos de la noche anterior aún frescos en mi mente, me visto con mi uniforme escolar y bajo al comedor, donde encuentro a mi padre con una expresión ausente en la mesa bien puesta con el desayuno.

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora