Chapter XVIII.

92 14 0
                                    

Capítulo 4.

"El asesino de pandas nos da su augurio"

Al salir del campamento, Hazel los invitó a un café exprés y una magdalena de fresa en el establecimiento de Bombilo, el cafetero bicéfalo. Percy olió la magdalena. El café estaba delicioso. Si pudiera ducharse, cambiarse de ropa y dormir un poco estaría como nuevo. Un extra que lo haría mejor sería que Katherine se calmara. No podían estar cinco horas esperándola a que se decidiera entre la magdalena de chocolate o de vainilla. Percy hizo la elección por ella, sencillo y rápido: la misma que él.

Observó que un puñado de chicos con bañadores y toallas entraban en un edificio del que salía vapor por una hilera de chimeneas. Risas y sonidos acuáticos resonaban en el interior, como si se tratara de una piscina cubierta: el tipo de sitio que a Percy le gustaba.

—Los baños —anunció Hazel—. Con suerte, los visitarán antes de cenar. El que no se ha dado un baño romano no sabe lo que es vivir.

Percy y Katherine suspiraron de impaciencia.

A medida que se acercaban a la puerta principal, los barracones se volvían más grandes y más bonitos. Hasta los fantasmas tenían mejor aspecto: llevaban armaduras más elegantes y lucían auras más brillantes. Percy trató de descifrar los estandartes y los símbolos que colgaban delante de los edificios.

—¿Están repartidos en distintas cabañas? —preguntó.

—Más o menos —Hazel se agachó cuando un chico montado en una gigantesca águila se lanzó en picado—. Tenemos cinco cohortes de aproximadamente cuarenta chicos cada una. Cada cohorte está dividida en barracones de diez, como compañeros de habitación.

A Percy nunca se le habían dado bien las matemáticas, pero trató de multiplicar las cifras.

—¿Me estás diciendo que hay doscientos chicos en el campamento?

—Aproximadamente.

—¿Y todos son hijos de dioses? Pues sí que han estado ocupados.

Hazel se rio. Katherine esbozó una sonrisa. Percy suspiró internamente de alivio. Katherine podía ser un fastidio con sus berrinches, pero lo bueno era que no conseguía estar enfadada mucho tiempo. Su naturaleza predominantemente jovial se lo impedía, al menos la mayoría de las veces.

—No todos son hijos de los dioses principales. Hay cientos de dioses romanos menores. Además, muchos campistas son legados: miembros de la segunda o la tercera generación. Tal vez sus padres fueran semidioses. O sus abuelos.

Percy parpadeó.

—¿Hijos de semidioses?

—¿Qué pasa? ¿Te sorprende?

Percy no estaba seguro. Durante las últimas semanas lo único que le había preocupado había sido sobrevivir con Katherine de un día para otro. La idea de vivir lo suficiente para convertirse en adulto y tener hijos le parecía un sueño imposible.

—Esos legos...

—Legados —le corrigió Hazel.

—¿Tienen poderes como los semidioses?

—A veces sí y a veces no. Pero se les puede adiestrar. Los mejores generales y emperadores romanos aseguraban ser descendientes de dioses. La mayoría de las veces decían la verdad. El augur que vamos a visitar, Octavian, es un legado, un descendiente de Apolo. Supuestamente, tiene el don de la profecía.

—¿Supuestamente? —inquirió Katherine, alzando una ceja.

Hazel adoptó una expresión avinagrada.

Who I Am?Where stories live. Discover now