Chapter CXVII.

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Capítulo 11.

"Y como es natural, algo debía arruinarlo"

—No es una herida tan letal —dijo Katherine arrodillada junto a Blackjack—. Necesito unos momentos...

Reyna, de pie junto a ella a su derecha asintió.

—Vamos.

Gerbera se paró junto a Blackjack y rozaba su hocico sobre su cabeza, como si tratara de darle ánimos.

Katherine se enfocó en la flecha, que había ayudado a contener el icor en su lugar.

—Perdona.

En un rápido movimiento, Katherine arrancó la flecha, lo que provocó que Blackjack chillara con fuerza. Sin perder tiempo, Katherine posó sus manos sobre la herida que comenzaba a dejar fluir la sangre dorada. Un resplandor etéreo irradiaba de sus dedos. Cerró los ojos, enfocándose en la herida y permitiendo que el Alf Seidr hiciera lo suyo. Una suave vibración llenó el aire a su alrededor mientras canalizaba su poder hacia Blackjack. Por un momento fue transportada a otro lugar. Surcar los cielos, el viento chocar contra su rostro y alas. Ser encadenado. Un barco. Olor a mar. Sujetado y empujado al exterior. Un chico de no más de trece años peleando contra otro rubio malvado que lo había secuestrado. Un grito. Oportunidad de escape. Golpear. Volar. Establos que odiaba. Aquel chico montado en su lomo, ambos en una aventura en invierno. Libertad con el jefe.

La herida en el costado del caballo comenzó a cerrarse lentamente, y el flujo de sangre se detuvo. Blackjack soltó un relincho de alivio.

El brillo lentamente se fue desvaneciendo cuando apartó las manos del pegaso. Soltó un suspiro algo cansado.

—No podrá llevar cargas pesadas por un tiempo. Debe descansar. Por lo demás, ya no está en peligro.

Se puso en pie con dificultad. Sus piernas se sentían inestables. Reyna se apresuró en rodear su brazo en la cintura de Katherine con una expresión preocupada en su rostro.
Ella se apoyó en la romana.
—Espera un momento, Kate. No estás bien —La pelirroja suspiró.

—Tiempo es lo que menos tenemos, Reyna —señaló con su brazo libre la estatua que resplandecía junto a ellas—. Hay que llevarla.

La romana apretó los labios en una fina línea y asintió con firmeza.

—Tienes razón —la ayudó a caminar hacia Gerbera y la ayudó a subirse como si fuera una niña—. Ve con cuidado.

—No soy una niña —protestó débilmente.

Reyna le asintió, una cálida sonrisa iluminando sus ojos.

—Claro que no eres una niña; eres mi amiga.

Katherine no pudo evitar devolverle la sonrisa.

—No me hagas llorar, romana.

Reyna rio. En ese momento se acercó Guido. Se agacho, invitándola a subirse.

—¿Estás seguro?

Guido relinchó, como diciendo: "Vamos, sube".

Reyna se montó y miró a los seis caballos que llevarían a la Atenea Partenos.

—¿Están listos?

Los pegasos se movieron y asintieron, parecían impacientes por continuar la marcha. Katherine fijó su mirada severa a Blackjack.

—Vas directamente a los establos. La zona sigue delicada, así que nada de actos heroicos.

Blackjack se levantó, bufando, pero no pareció desafiante, así que Katherine lo tomó como que estaba de acuerdo con ella.

—¿Lista, Reyna?

—Lista, Kate.

Y, luego de un instante, los nueve pegasos alzaron el vuelo con la luz del amanecer iluminando su camino.

<O>

Su entrada fue completamente alucinante. No se sorprendió al ver el grupo de semidioses enfrentados mirarlos con asombro. La Atenea Partenos brillaba a la luz del amanecer, volando desde la costa, colgada de las correas de seis caballos alados. Las águilas romanas daban vueltas, pero no atacaron. Unas cuantas incluso se lanzaron en picado, agarraron los cables y ayudaron a transportar la estatua.

Reyna Ramírez-Arellano iba justo a su lado. Con la espada en alto y su capa reflejando la luz del sol.

Los dos ejércitos se quedaron mirando, mudos de asombro, mientras la estatua de oro y marfil de doce metros se disponía a aterrizar.

—¡SEMIDIOSES GRIEGOS! —tronó la voz de Reyna como si la proyectara la propia estatua, como si la Atenea Partenos se hubiera convertido en una torre de altavoces de concierto—. ¡Contemplen su estatua más sagrada, la Atenea Partenos, tomada injustamente por los romanos. ¡Se la devuelvo como muestra de paz!

La estatua se posó en la cumbre de la colina, a unos seis metros del pino. Inmediatamente una luz dorada recorrió el suelo hasta el valle del Campamento Mestizo y descendió por el lado contrario a través de las filas romanas. Un calor penetró en los huesos de Katherine: una sensación reconfortante y plácida que no había experimentado desde... Ni siquiera se acordaba. Una voz en su interior parecía susurrarle:

Bienvenida a tu hogar, Katherine Rousseau. La sangre del Olimpo corre por tus venas. Perteneces aquí.

—¡Romanos! —gritó Reyna—. Hago esto por el bien de la legión, por el bien de Roma. ¡Debemos mantenernos unidos con nuestros hermanos griegos!

—¡Escúchenla!

Nico avanzó con paso resuelto. Katherine contuvo las ganas de abrazarlo. Caminó entre las líneas de combate, con su espada negra en la mano.

—¡Reyna ha arriesgado la vida por todos ustedes! Hemos traído esta estatua desde la otra punta del mundo, romanos y griegos trabajando en equipo, porque debemos unir fuerzas. Gaia se está alzando. Si no trabajamos en equipo... Moriremos.

La voz sacudió la tierra. La sensación de paz y seguridad de Katherine desapareció en el acto. El viento sopló a través de la ladera. El suelo se volvió líquido y pegajoso, y la hierba empezó a tirar de las patas de Gerbera. Ella agitó las alas elevándose unos centímetros.

UN GESTO INÚTIL.

La tierra subió hasta cubrir las botas de Nico. Katherine sintió la energía natural descontrolarse.

PERO SI LES HACE FELICES, PUEDEN MORIR JUNTOS.

—No... —Octavian retrocedió atropelladamente—. No, no...

Echó a correr, abriéndose paso a empujones entre sus propias tropas.

—¡Cierren filas! —gritó Reyna.

Los griegos y los romanos se movieron juntos y permanecieron hombro con hombro mientras a su alrededor la tierra temblaba.

Las tropas de auxilia de Octavian avanzaron en tropel y rodearon a los semidioses. Los dos campamentos unidos eran un punto minúsculo en un mar de enemigos. Librarían su última batalla en la Colina Mestiza, con la Atenea Partenos como punto de encuentro.

Pero incluso allí estaban en territorio enemigo, porque Gaia era la tierra, y la tierra había despertado.

Who I Am?Where stories live. Discover now