Chapter LXXXVI.

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Capítulo 2.

"El vaso que dio origen a un plan... O algo así"

El impacto no la mató, pero el frío sí estuvo a punto de acabar con su vida. El agua helada la dejó sin aire en los pulmones. Sus extremidades se quedaron rígidas, y Percy se le escapó. Empezó a hundirse. Extraños gemidos resonaban en sus oídos: millones de voces desconsoladas, como si el río estuviera hecho de tristeza destilada. Las voces eran peores que el frío. La arrastraban hacia abajo y le adormecían.

¿De qué sirve luchar?, le decían. De todas formas, ya estás muerta. Nunca saldrás de este sitio.

Podía hundirse hasta el fondo y ahogarse, dejar que el río se llevara su cuerpo. Eso sería más fácil. Podría cerrar los ojos...

Percy le agarró la mano y la devolvió a la realidad. No podía verlo en el agua turbia, pero de repente ya no quería morir. Bucearon juntos hacia arriba y salieron a la superficie.

Katherine boqueó, agradeciendo el aire que respiraba, por sulfuroso que fuera. El agua se arremolinó a su alrededor, y se dio cuenta de que Percy estaba formando un torbellino para mantenerlos a flote. No podía distinguir su entorno, pero sabía que estaban en un río. Los ríos tenían orillas.

—Tierra —dijo con voz ronca—, ve hacia un lado.

Percy parecía casi muerto de agotamiento. Normalmente el agua le vigorizaba, pero no era el caso de la que les rodeaba. Controlarla debía de haber consumido todas sus fuerzas. El remolino empezó a disiparse. Katherine le agarró la cintura con un brazo y luchó a través de la corriente. El río se movía contra ella: miles de voces quejumbrosas susurrándole al oído, metiéndose en su cerebro.

La vida es desolación, decían. Todo es inútil, y luego te mueres.

—Inútil —murmuró Percy.

Le castañeteaban los dientes debido al frío. Dejó de nadar y empezó a hundirse.

—¡Percy! —gritó ella—. El río te está confundiendo la mente. Es el Cocito: el río de las lamentaciones. ¡Está hecho de tristeza pura!

Agradeció aquel libro dado por su madre y qué bueno que lo leyó. No era la experta conocedora de la cultura griega y los mitos, no mitos, pero al menos ahora sabía lo suficiente para no andar a tientas y preguntándose cada cosa.

—Tristeza —convino él.

—¡Lucha contra ella!

Katherine agitó los pies y se esforzó por mantenerlos a los dos a flote. Otra broma cósmica para disfrute de Gaia: «Katherine muere tratando de impedir que su novio (porque sí, ahora en su mente él era su novio, lo único que faltaba era decírselo), hijo de Poseidón, se ahogue».

«No te dejaré tener esa satisfacción, anciana», pensó Katherine.

Abrazó más fuerte a Percy y le besó. Sus labios eran fríos, pero se movieron contra los de ella torpemente, lo que significaba que su mente todavía no estaba totalmente perdida. Habían esperanzas.

—Háblame del Campamento Mestizo, guapo —le pidió—. ¿Qué planes tenías para nosotros?

—El Campamento Mestizo... Para nosotros...

—Sí, mi amor. ¡Dijiste que allí podríamos tener un futuro juntos! Y si no me gustaba, podíamos quedarnos en Nueva Roma. ¡Cuéntamelo!

Katherine nunca pensó en decir todo eso, siquiera imaginar un futuro más allá que levantarse a tal hora al día siguiente. Pero tampoco jamás creyó volver a Nueva York, estar con alguien de manera oficial que no sea Kol, menos querer un futuro estable, seguro y... Feliz. No esa felicidad llena de adrenalina que le provocaba la libertad, sino esa que era pura calma, donde tendría a alguien para sostenerla, podía ser vulnerable y no sería usado en su contra. Y también al revés, claro.

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