Chapter LXXIV.

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Capítulo 20.

"La Atenea Partenos"

Cuando las cuatro gigantescas burbujas rosadas salieron a la superficie, se reventaron dejándolos nadando libres en la corriente. Lo primero que vio fue a Piper en estribor, gritando como una loca y lanzándose al agua, haciendo que cinco personas actualmente estuvieran en mar abierto.

La chica nadó rápidamente hacia Leo y le envolvió los brazos en su cuello y le plantó un gran beso en la mejilla.

—¿Me has echado de menos? —dijo Leo riéndose.

Piper se puso súbitamente furiosa. Se giró hacia Katherine.

—¿Dónde han estado? ¿Cómo han sobrevivido?

Katherine podía llegar a entender que estuviese preocupada y eso se transformase en ira, pero ¿Por qué tenía que mirarla a ella, como si tuviera la culpa de lo sucedido? Katherine era tan víctima como Leo, Frank y Hazel, es más, se atrevería a decir que ella lo era un poco más, solo porque Piper le estaba gritando en la cara.

—Es una larga historia —dijo Leo llamando la atención de Piper antes que Katherine pudiera responder. La cesta de picnic emergió a la superficie al lado de él, como si todo lo hubiese planeado con antelación para que apareciese en ese instante—. ¿Quieres un brownie?

Katherine soltó un chillido cuando el agua la levantó en el aire, por un momento volando sin ella controlar los vientos. Entonces unos brazos la atraparon y la atrajeron contra alguien.

—Nunca me hagas esto otra vez —Percy le dijo en su oído, ella sonrió y enredó sus piernas en su cintura y envolvió sus brazos en su cuello.

—No prometo nada —estudió su rostro, la tensión en sus rasgos se fueron relajando lentamente y sus ojos del color del océano comenzaron a brillar.

—¡Oye, hombre! —gritó Leo desde el agua—. Todo bien que sacases de primera a Kate, pero ¿te importa hacer lo mismo con los otros mortales aquí presentes?

Cuando Percy esbozó esa sonrisa problemática suya, Katherine supo que Leo no la llevaría gratis. El chico latino soltó un grito con un vocabulario, a juzgar por el tono de voz, bastante colorido en español. Katherine miró atrás por sobre su hombro y observó a Leo en medio de un remolino que giraba con cada vez más velocidad. Entonces, de un segundo para el otro, aterrizó en el barco, pero como no tenía a nadie que lo atrapase, no fue un aterrizaje suave.

—Gracias, hombre —masculló Leo, poniéndose de rodillas.

—Oye —lo regañó Katherine—. Eso no fue necesario. ¡Fue poco heroico!

—Tenía que ajustar cuentas, Ember.

Una vez que todos subieron a bordo y se pusieron ropa seca (el pobre Frank tuvo que pedir prestados a Jason unos pantalones demasiado pequeños), toda la tripulación se reunió en el alcázar para celebrar la ocasión con un desayuno, menos el entrenador Hedge, que se quejó de que el ambiente era demasiado afectuoso para su gusto y bajó a alisar a martillazos unas abolladuras del casco.

Mientras Leo se ocupaba de los mandos del timón, Hazel, Frank y Katherine relataron la historia de los centauros pez y su campamento de entrenamiento.

—Increíble —dijo Jason—. Estos brownies están buenísimos.

—¿Es lo único que tienes que decir? —preguntó Piper.

Él se quedó sorprendido.

—¿Qué? He oído la historia. Centauros pez. Sirenas y tritones. Una carta de presentación para el dios del río Tíber. Entendido. Pero estos brownies...

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