Chapter XCI.

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Capítulo 7.

"Un mensaje en una servilleta".

Katherine decidió que los monstruos no la matarían. Ni tampoco la atmósfera venenosa, ni el traicionero paisaje con sus fosos, sus acantilados y sus rocas puntiagudas. No. Lo más probable es que muriera de una sobredosis de situaciones raras que le harían explotar el cerebro. Primero, ella y Percy habían tenido que beber fuego para seguir con vida. Luego habían sido atacados por una pandilla de vampiras encabezadas por una animadora a la que Annabeth Chase había matado (esos serían dos monstruos que la atacaron por culpa de Annabel, aunque, para ser justos, igual a esta loca mitad cabra la cabreó un poquito). Por último, los había rescatado un titán vestido de conserje llamado Bob que tenía el pelo de Einstein, los ojos plateados y unas increíbles dotes con la escoba.

Claro. ¿Por qué no?

Seguían a Bob a través del terreno baldío, sin desviarse del curso del Flegetonte, hacia el oscuro frente de tormenta. De vez en cuando se detenían a beber agua de fuego, que los mantenía con vida, pero a Katherine no le entusiasmaba. Tenía la garganta como si continuamente estuviera haciendo gárgaras con ácido de batería. O al menos creía que así se sentía, vamos, ella probaba muchas cosas nuevas, por más raras que fuesen, pero nunca llegaría a ese extremo.

Su único consuelo era Percy. Cada cierto tiempo él la miraba y sonreía, o le apretaba la mano. Estaba tan asustado y desconsolado como ella, pero aún así intentaba hacerla sentir mejor. Sus esfuerzos embargaban a Katherine de amor hacia él.

—Bob sabe lo que hace —aseguró Percy.

—Tienes unos amigos muy interesantes —murmuró Katherine.

Según el famoso libro, los titanes no eran buenos. No eran los aliados de los semidioses. Pero Bob era bueno y aliado de Percy. Conclusiones: no hay que confiar en los libros, Gretel y Nathan estaban equivocados en creer en ellos y que iba a dar una queja a la editorial o, podría demandarlos. Iba a tomar una decisión según su humor cuando salga de este lugar. Una motivación más para salir de aquí.

—¡Bob es interesante! —el titán se volvió y sonrió—. ¡Gracias!

El grandullón tenía buen oído. Katherine tenía que acordarse.

—Bueno, Bob... —trató de mostrarse despreocupada y cordial, cosa que no resultaba fácil con la garganta quemada por el agua de fuego—. ¿Cómo has llegado al Tártaro?

—Salté —contestó él, como si fuera evidente.

—¿Saltaste al Tártaro porque Percy pronunció tu nombre? —dijo ella.

—Me necesitaba —sus ojos plateados brillaban en la oscuridad—. No pasa nada. Estaba cansado de barrer el palacio. ¡Vamos! Estamos a punto de llegar a una parada para descansar.

«Una parada para descansar».

Katherine no se imaginaba lo que esas palabras significaban en el Tártaro.

Recordaba todas las ocasiones en las que Angie y ella habían empleado las paradas para descansar cuando comenzó su vida más... alocada, por decirlo de alguna manera. Angie y ella vivieron dos años difíciles luego de la muerte de su padre. La crio para hacerla autosuficiente. No hubo, entonces, muchos momentos para jugar con muñecas o paseos en los parques y disfrutar de los juegos infantiles. En los periodos escolares lograban quedarse en un punto fijo por lo máximo seis meses, en vacaciones la cosa cambiaba drásticamente. Podían estar alojadas en una casa y al otro en una hostal, la semana siguiente en un apartamento al otro lado de la ciudad. Luego su abuelo, saliendo de su dolor y de otros asuntos que, por supuesto, eran más importantes que Katherine, llegó a un acuerdo legal con Angie y su vida, bueno, en cierto sentido se estabilizó. Lamentablemente, ella ya se había acostumbrado a la vida de cambios, a ser independiente. Tal vez por eso el abuelo no le exigía tanto a Katherine, no al mismo nivel que a los otros integrantes de la familia, los respetados y prestigiosos Rousseau.

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