Chapter CVI.

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Capítulo 22.

"El collar"

Percy se quedó mirando la Atenea Partenos esperando a que lo fulminara. El nuevo sistema elevador mecánico de Leo había bajado la estatua a la ladera con sorprendente facilidad. Ahora la diosa de doce metros de altura contemplaba serenamente el río Aqueronte, con su vestido dorado como metal fundido al sol.

—Increíble —reconoció Reyna.

Todavía tenía los ojos enrojecidos de llorar. Poco después de haber aterrizado en el Argo II, su pegaso Escipión se había desplomado, doblegado por los arañazos venenosos de un grifo que los había atacado la noche anterior. Reyna había rematado al caballo con su cuchillo dorado y había reducido al pegaso a polvo, que se había esparcido por el aire griego de dulce aroma. Puede que no fuese un mal final para un caballo volador, pero Reyna había perdido a un amigo fiel. Percy se imaginaba que la chica ya había renunciado a muchas cosas en la vida.

La pretora rodeó con recelo la Atenea Partenos.

—Parece recién hecha.

—Sí —dijo Leo—. Hemos quitado las telarañas y hemos usado un poco de limpiador. No ha sido difícil.

El Argo II flotaba justo encima. Mientras Festo permanecía al acecho de amenazas en el radar, toda la tripulación había decidido comer en la ladera y hablar de lo que iban a hacer. Después de las últimas semanas, Percy creía que se habían ganado una buena comida juntos: cualquier cosa que no fuera agua de fuego ni sopa de carne de drakon.

—Eh, Reyna —la llamó Katherine—. Come con nosotros.

La pretora miró y arqueó las cejas como si no acabara de procesar las palabras «con nosotros». Percy nunca había visto a Reyna sin su armadura. Estaba siendo reparada por Buford, la mesa maravillosa, a bordo del barco. Llevaba unos vaqueros y una camiseta de manga corta morada del Campamento Júpiter y parecía casi una adolescente normal; exceptuando el cuchillo que llevaba al cinto y su expresión precavida, como si estuviera lista para cualquier ataque.

—Está bien —dijo finalmente.

Se movieron para hacerle sitio en el corro. Se sentó con las piernas cruzadas al lado de Annabeth, cogió un sándwich de queso y mordisqueó el borde.

—Bueno —dijo Reyna—. FrankZhang... pretor.

Frank se movió, limpiándose las migas de la barbilla.

—Sí, en fin... Un ascenso de emergencia.

—Para dirigir a una legión diferente —observó Reyna—. Una legión de fantasmas.

Hazel entrelazó su brazo con el de Frank en actitud protectora. Después de una hora en la enfermería, los dos tenían mucho mejor aspecto, pero Percy advirtió que no sabían qué pensar de la presencia de su antigua jefa del Campamento Júpiter en la comida.

—Deberías haberlo visto, Reyna —dijo Jason.

—Estuvo increíble —convino Piper.

—Frankes un líder —insistió Hazel—. Es un gran pretor.

Reyna mantuvo la mirada fija en Frank, como si estuviera tratando de calcular su peso.

—Te creo —dijo—. Me parece bien.

Frank parpadeó.

—¿De verdad?

Reyna sonrió con sequedad.

—Un hijo de Marte, el héroe que ayudó a recuperar el águila de la legión... Puedo trabajar con un semidiós así. Solo me pregunto cómo convenceré a la Duodécima Legión Fulminata.

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