Chapter CXIX.

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Capítulo 13.

"La sabiduría de la muerte"

Nico creía que ya nada podría sorprenderlo. Estaba equivocado.

En medio de la batalla, Will Solace se le acercó corriendo y le dijo una palabra al oído:

—Octavian.

Eso captó toda su atención. Había vacilado cuando había tenido la oportunidad de matar a Octavian, pero de ninguna manera iba a dejar que ese augur despreciable escapase de la justicia.

—¿Dónde?

—Vamos —dijo Will—. Deprisa.

Nico se volvió hacia Jason, que estaba luchando a su lado.

—Me tengo que ir, Jason.

Se adentró en el caos siguiendo a Will. Se cruzaron con Tyson y sus cíclopes, que gritaban: «¡Perro malo! ¡Perro malo!» mientras aporreaban las cabezas de los cynocephali. Grover Underwood y un equipo de sátiros bailaban con sus flautas, tocando armonías tan disonantes que los fantasmas con carcasa de tierra se partían en dos. Travis Stoll pasó corriendo, discutiendo con su hermano.

—¿Cómo que no hemos puesto las minas de tierra en la colina correcta?

Pudo ver una brillante cabellera rojiza en medio de la multitud y por un impulso la llamó. No entendió muy bien por qué, pero siguió adelante.

—¡Katherine! —aulló.

La chica se dio la vuelta y Nico junto a Will se acercaron a ella.

—¡Es Octavian! —Nico se acercó—. ¡Vamos!

Katherine no hizo preguntas. Le hizo una señal a Percy y los siguió a él y a Will.

Nico, Will y Katherine estaban a media cuesta cuando el suelo tembló bajo sus pies.

Como todos los demás, tanto monstruos como semidioses, se quedaron paralizados de horror y observaron cómo la columna giratoria de tierra brotaba de la cima de la siguiente colina, y Gaia aparecía en todo su esplendor. Piel tan blanca como el cuarzo, el cabello castaño enmarañado como las raíces de los árboles.

Entonces algo grande de bronce se lanzó en picado del cielo.

¡ZUM!

Festo agarró a la Madre Tierra y se elevó con ella.

—¿Q-qué...? ¿C-cómo...? —dijo Nico tartamudeando.

—¿Se... Secuestraron a la diosa de la tierra? —preguntó Katherine, aún en shock.

—Eso parece —contestó Will—. De cualquier modo dudo que podamos hacer mucho al respecto. Tenemos otros problemas.

Will corrió hacia el onagro más cercano. A medida que se acercaban, Nico vio a Octavian reajustando frenéticamente las palancas de selección del objetivo.

El brazo de lanzamiento estaba equipado con una carga entera de oro imperial y explosivos. El augur corría de un lado al otro, tropezando con engranajes y estacas de sujeción, y manejando torpemente las cuerdas. De vez en cuando alzaba la vista a Festo.

—¡Octavian! —gritó Nico.

El augur se dio la vuelta y acto seguido retrocedió contra la enorme esfera de munición. Su elegante túnica morada se enganchó en la cuerda de activación, pero Octavian no pareció percatarse de ello. El humo de la carga se ensortijaba a su alrededor como atraído por las joyas de oro imperial que le adornaban los brazos, el cuello y la corona dorada de su cabello.

—¡Ah, ya veo! —la risa de Octavian era quebradiza y desquiciada—. Conque tratando de arrebatarme la gloria, ¿eh? No, hijo de Plutón. Yo soy el salvador de Roma. ¡Me lo prometieron!

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