ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 1

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El fuerte viento movía el cabello de Leah con fuerza haciendo que algunos mechones azotarán su rostro sin piedad

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El fuerte viento movía el cabello de Leah con fuerza haciendo que algunos mechones azotarán su rostro sin piedad. La ciudad de Atlanta nunca había sido su lugar favorito, es más, aún podía recordar lo obligada que se sentía cada que su madre decidía visitar a sus abuelos.

Alejó sus binoculares de su rostro por un momento y suspiró.

Extrañaba a su madre. Tal vez no había sido la hija perfecta, tal vez había sido un poco rebelde algunas veces, pero nunca fue con la intención de hacer más difícil su día a día, suficiente tenía su madre con ser la esposa del inmaduro de su padre.

―Sabes no sé qué odio más del apocalipsis ―habló alto para que el coreano del otro lazo de la azotea la escuchara―, no poder conseguir algún chocolate blanco o jugar videojuegos.

Glenn rio.

―Yo extraño comer pizza.

Leah negó con su cabeza, divertida, antes de levantarse y caminar hacia Glenn.

―¿No extrañas ir al cine? ―le preguntó estando a su lado, de pie.

―Fueron pocas las veces que fui, usualmente iba solo ―confesó con una mueca.

Leah bajó la mirada.

―Es una pena ―murmuró antes de sentarse sobre las piernas del coreano―. A mí me hubiera encantado ir al cine contigo ―le confesó.

No obtuvo una respuesta, bueno, no una verbal.

Los besos de Glenn alrededor de su cuello fueron más que suficiente para saber que estaba de acuerdo. Ella cerró los ojos disfrutando de aquel contacto.

Leah no pudo evitar pensar que tal vez si los caminantes no hubieran vuelto a la vida y todo estuviera siguiendo su rumbo normal, sus padres jamás la hubiesen dejado salir con alguien como Glenn, especialmente por la diferencia de edad; ocho años.

Tampoco es que estuvieran saliendo, solo tenían sexo casual y a espaldas de todos se trataban como una pareja.

―¿Conseguiste otra caja de condones? ―susurró como si alguien más pudiera escucharlos.

―Sí ―Glenn dejó de besar su cuello para recostar su cabeza en su hombro―. Aun no entiendo como nuestra caja desapareció.

―Culpa del imbécil de Shane ―contestó con un deje de molestia Leah―. Te dije que el otro día lo vi salir de tu tienda, que yo sepa aparte de nosotros; Shane y Lori también cogen, ignorando el hecho de que ella es la esposa de su difunto amigo.

A Leah no le caía mal Lori, la mujer era dulce e intentaba ayudar lo más que podía en el campamento, tal vez era indefensa, pero ella junto a Carol brindaban el toque hogareño que se había perdido. Al que odiaba con todo su ser era a Shane, el hombre no hacía más que dar órdenes a diestra y siniestra sin mover ni un solo dedo, aparte de aprovecharse de Lori.

ᴍɪᴅɴɪɢʜᴛ | ᵀʰᵉ ʷᵃˡᵏⁱⁿᵍ ᵈᵉᵃᵈWhere stories live. Discover now