6 - El castigo de Miguel.

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Alan tosía con fuerza

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Alan tosía con fuerza.

Había tragado mucha agua del estanque de los patos y su estómago se revolvía estrepitosamente provocándole fuertes arcadas. Justo a su lado, Joel, empapado de la cabeza hasta los pies, acariciaba su espalda conciliadoramente; como si con eso quisiera ayudarle a pasar el mal momento lo más rápido posible, dedicando de cuando en cuando, furtivas miradas hacia Miguel, quien se encontraba vomitando a unos metros de distancia debido al asco que le provocaba el aroma y el sabor de aquella pestilente agua verde.

Todo había pasado demasiado rápido. Joel corrió hasta que las piernas le ardieron, viendo como Alan iba cuesta abajo sobre su carro; preocupado por el pecoso, se adentró en el lago en cuanto piso la orilla de este. Primero divisó al castaño, quien manoteaba a pocos metros de la orilla. Se despojó de su chamarra y sin perder más tiempo fue a su encuentro. Al dejarlo en tierra firme lo dejó a cargo de los cuidados de una mujer de mediana edad que se veía profundamente preocupada. Alan le fue más difícil de localizar, puesto que fue quien salió volando más lejos. El grito de un joven que había visto todo alertó al moreno.

     —¡Alla está — dijo señalando una zona especifica de lago.

Ahí, junto a las imponentes, grises y puntiagudas rocas del estanque qué decoraban el paisaje, una mancha de sangre alertó al moreno; aterrorizado, nadó hasta el pecoso deseando que estuviese bien.

El agua estaba helada. Viscosa y llena de pequeñas virutas y a pesar de no estar muy profundo, sí trataba de apoyar sus pies sobre el suelo, estos se atascaban en una superficie blanda. Después de un trayecto incomodo, llegó hasta el pecoso, rodeó su pecho y nadando de espalda, lo llevó hasta la orilla, hablándole de cuando en cuando durante el trayecto.

Una vez en tierra, la misma mujer que cuidó de Miguel, revisó y atendió al pecoso, quien estaba semiconsciente al llegar a la orilla. Lo que resultó de este accidente, fue una herida que no era más qué un rasguño algo grande, pero para nada profundo sobre la ceja izquierda del muchacho.

La mujer era enfermera, así que su asistencia fue de gran ayuda ya que se aseguró de que ambos niños no tuviesen un golpe fuerte en la cabeza y estuviesen con sus 5 sentidos intactos. Después de las pruebas pertinentes, les hizo el favor de prestar su celular para que llamasen a Liliana y fuera por ellos cuanto antes.

     —¿Entonces no te sientes mal? —le preguntó Joel al pecoso cuando las cosas se calmaron un poco y les dieron algo de espacio.

Ambos temblaban por el frio, sin embargo, Joel le había dado su sudadera al pecoso, quien a pesar de resistirse, no pudo hacer mucho contra la insistencia del moreno, que le ganaba en altura, peso y seguramente en fuerza. Además, el frio le obligaba a mantenerse quieto.

     —¡Ya te dije que no!

El pecoso estaba irritado, sorbiendo la nariz y apartando la mano de Joel con brusquedad, la cual, quería remover un mechón de su cabello que ocultaba la herida que en su momento escandalizó a todos por la cantidad de sangre que supuró.

No me olvidesWhere stories live. Discover now