15 - Buganvilia.

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Una flor de buganvilia cayó sobre su cabeza castaña y despeinada

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Una flor de buganvilia cayó sobre su cabeza castaña y despeinada.

Mientras tanto, lanzaba pequeñas piedras a la ventana de su amigo, esperando llamar su atención y que se asomara en algún momento. Hacia mucho frío ahí afuera y si bien su pijama era muy calentita y estaba bien arropado por la mejor de sus chamarras, sentía su nariz helada al igual que sus manos y orejas. Sin embargo, ahí estaba él, esperando que su pequeño y malhumorado amigo asomara su cara y lo reprendiera por despertarlo a semejantes horas.  

《Me querrá matar después de esto.》

Pensó el moreno, divertido, mientras la plateada luna sobre su cabeza, lo miraba e iluminaba con gran amor. Parecía avalar sus acciones, divertida ante los arranques de locura de ese jovencito alegre. Acompañándolo y guiándolo con su luz en esa escapada nocturna hasta que llegó a su destino, donde esperaba junto a él, paciente.

Después de lanzar varias piedritas, silbar y llamarlo entre gritos ahogados y cuidadosos, escuchó movimiento dentro de la habitación y un gruñido que conocía muy bien. Al parecer, el pecoso tenía el sueño bastante ligero y logró despertarlo con su insistencia.

La cabeza azabache que tanto esperaba se asomó por la ventana al cabo de un par de minutos y ese par de ojos verdes e insolentes lo miraron confundidos, entrecerrados y molestos, coronados por el ceño fruncido y una cabeza más despeinada que la suya. El reloj marcaba las dos de la mañana, eran vacaciones y Alan tenía sueño.  

—Ps, ey chaparro, baja un ratito ¿no?— Le dijo Joel tratando de no hacer tanto ruido.

—¡Estás loco! — exclamó Alan con voz meramente baja, negándose a salir.— ¡Dime lo que quieres desde ahí y déjame dormir, lunático!

—Ándale...baja. — pidió el moreno, tambaleándose suavemente de un lado a otro, con un gesto tierno en su rostro que buscaba convencerlo y amainar su ira.

Alan miró a su alrededor. La calle estaba vacía, no había ni el alma de un perro callejero por ahí. Su tía dormía, al igual que sus primos, cuyos ronquidos se escuchaban entre el atronador silencio de su casa oscura. El pecoso suspiró, masajeándose el entrecejo.

— Joel... ¡Son las dos de la mañana! ¡Estoy en pijama! ¡Y tengo frío!

—¿Y que tiene?... Es la misma hora para mi, estoy en pijama y tengo frío. ¡No te pido nada del otro mundo! Solo bajar y platicar un ratito. Uno chiquito. Ándale. Porfa...

Alan quería ahorcarlo.

—¡Eres un grandísimo idiota, loco, demente, psicópata cabrón de primera!— escupía el pecoso molesto de verdad.

No me olvidesWhere stories live. Discover now