20 - El Engrane.

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Últimamente, la vida de Alan parecía entrar en un torbellino de confusión y emociones qué no podía comprender del todo

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Últimamente, la vida de Alan parecía entrar en un torbellino de confusión y emociones qué no podía comprender del todo.

La relación con su primo se había estrechado muchísimo después de aquella infernal noche que manchó su visión de la vida con un pestilente vaho de inmundicia y perversión. Miguel, la victima, había aumentado ese sentido de supervivencia a un nivel inimaginable para alguien de su edad. Era como un jubilado temeroso ante la idea de salir solo entre las sombras de la noche. Difícilmente abandonaba su habitación, y la calle, solo la pisaba cuando iba en compañía de la familia.

La vulnerabilidad de su existencia, de su débil condición y de su martirizada mentalidad, se convirtieron en un hueco oscuro donde el jovencito se acurrucaba en busca de una paz que en realidad, era caótica y autodestructiva.

Por otra parte, Alan, quien había estrechado inesperadamente los lazos que estaba construyendo con su primo, procuraba apoyarlo con los mandados que Liliana le encomendaba para qué Miguel, quien aun no estaba listo para abandonar el hogar, se mantuviera a salvo en aquel hueco mental en el que solo el pecoso tenía acceso.

Durante la reparación del carro de madera, Alan procuraba estar siempre junto a su primo, quien quería evitar a toda costa a su padre; ya que éste, al verlo maltrecho aquella noche, comenzó a construir una idea muy distinta de su hijo. A su ver, al haber participado en una pelea, Miguel demostró que se estaba convirtiendo en todo un "Hombre", y eso generó un extraño y poco sano orgullo paternal. De repente, Mauricio quería estrechar sus lazos con Miguel, pero éste, solo le daba largas y buscaba alejarse de él.

Con 3 días de trabajo arduo, donde los primos, Samy y Mauricio trabajaron con empeño, el carro de madera quedó listo. Funcionaba magníficamente y podía usarse cuando así lo desearan.

   —¿Álvaro no vendrá tampoco hoy? —Preguntó Samuel en una tarde, cuando fue a visitar a sus amigos.

Miraban la TV y comían fruta picada que Liliana les había proporcionado con ese amor maternal que la caracterizaba tanto. Durante la reparación de carro, el morenito no había asomado la cara para nada. Cosa qué a Samy le extrañó mucho ya qué difería bastante con su actitud pegajosa y siempre presente.

A pesar de la evidente curiosidad de Samy, los primos no quisieron hablar aun sobre lo sucedido con Álvaro aquella noche. Y mucho menos, de como Alan lo corrió al día siguiente cuando se atrevió a poner un pie sobre la banqueta de su casa con total y absoluta tranquilidad.

   —¡Ustedes querían las llantas! ¡Y yo se las conseguí! —Se excusó el morenito cuando Alan le pidió marcharse.

   —Pero no a ese costo. ¡Nos llevaste al matadero! Hasta Bonnie Boy...digo, Luis, lo dijo. Nos llevaste con mentiras.

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