5. No ser enemigo de un Matheson

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Para Leah su apellido no significaba nada

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Para Leah su apellido no significaba nada. Era sólo un añadido que debía acompañar a su nombre. Y definitivamente su apodo no era más que un hecho. Ella era la princesa de su tío. La sobrina consentida que muchas niñas morirían por ser.

Poco sabía ella.

No fue hasta que su tía Katie golpeó su mano con una regla y le exigió leer el libro que ella había ignorado, que comprendió que tal vez su apellido significaba algo.

—Llevo dos semanas avanzando en modales y etiqueta, pero sigues sin poder responder las preguntas importantes, Leah. Empiezo a decepcionarme —dijo Katie.

Leah alzó la mirada para encontrar a la protegida de su tío Newt mirándola también.

A la castaña no le había pasado desapercibido que Katie nunca la golpeó como a ella. Ni un pellizco, ni siquiera le levantaba la voz. Sin embargo, Leah no podía afirmar con seguridad que no la regañaban, pues la otra chica se quedaba dos horas más que ella.

—No te molestes por mí, tía Katie. Me importa muy poco tus sentimientos —gruñó Leah, furiosa por su situación.

No quería aprender una mierda sobre historia familiar. O sobre otras familias.

Estaba cansada de ellas. Desde su tía Carol matándola físicamente en el entrenamiento, hasta Katie, que trataba de freír su cerebro con toda la cantidad obscena de información innecesaria.

Katie suspiró y le dio la espalda, fijándose en la protegida, aunque Leah solía pensar en ella como la indigente adoptada. Sus modales eran incluso peor que los de ella, lo que no era una sorpresa y ella no perdía la oportunidad para burlarse de ello. A Leah le molestaba mucho. Era otra mujer con la que compartía la atención de sus tíos. Su familia. Sus protectores. La odiaba. Su tío Newt siempre estaba pendiente de ella, como si fuera lo único que existiera en el mundo y Leah empezaba a sentirse olvidada.

—Sunny, espera en la puerta, por favor —pidió su tía Katie, sorprendiendo a Leah, pero la adoptada indigente no discutió y salió de la biblioteca.

Leah cruzó sus brazos, molesta.

—¿Ahora le das tiempo de receso y me castigas a mí? —cuestionó.

Su tía se volvió y la miró con esa expresión característica de todas las mujeres Matheson. Limpia, impasible, sin ninguna emoción, casi muertas.

—¿Conoces tu nombre completo, Leah?

La pregunta la tomó desprevenida.

—Por supuesto —respondió, confundida—. Leah Matheson.

Una sonrisa amarga curvó los labios de Katie.

—No, querida. Tu nombre es Leah Dawson Matheson.

El cuerpo de Leah se tensó. Apretó su mandíbula y guardó silencio.

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