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Nixia miraba fijamente la pared cuando uno de los hombres entró en su pequeño cuarto de encierro esa noche

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Nixia miraba fijamente la pared cuando uno de los hombres entró en su pequeño cuarto de encierro esa noche.

Su mente estaba nuevamente desconectada. Había sucedido con mucha frecuencia desde que había contado ciento treinta días de que nadie hubiera ido por ella.

Su cuerpo no tenía pelea, su mente estaba fracturada y sus emociones reprimidas como nunca antes.

Era ella, pero no era ella.

Muchos se habían preguntado durante años cómo romper a un Matheson. Nixia sospechó que esos hombres eran los únicos que alguna vez lo sabrían.

El hombre empezó a hablar. Algo que también habían empezado a hacer hacía poco. Conversaban con ella, como si estuvieran interesados en algo más que no fuera violarla y sacarle sangre.

Nixia murmuró para sí un trabalenguas en italiano mientras ellos hablaban, como ella había empezado a hacer desde entonces. Mantenía su mente ocupada mientras ellos la destrozaban.

En un pozo poco oscuro se miró una vez un lobo,

Que en el poco oscuro pozo golpeó la cabeza con un golpe tenue del cual deshacerse poco a poco;

Creyó morder a otro lobo feroz,

Pero se quedó feo y triste el feroz y tonto lobo.

—Ella sería buena para criar. Una niña con su belleza sería jodidamente valiosa en la subasta, ¿te lo puedes imaginar?

La mente de Nixia se despejó. Su letargo fue desapareciendo lentamente y pronto sus palabras atravesaron la muralla que ella había puesto.

Criar.

Niña.

Belleza.

Subasta.

El corazón de Nixia. El podrido y apagado corazón se aceleró. El miedo que había mantenido a raya se abrió paso como un maremoto en una ciudad.

—El doctor dijo que traería a su colega para revisar si ya estaba lista.

—Podemos...

No.

Las voces se quedaron en silencio. Ellos voltearon para verla y por primera vez, Nixia les devolvió la mirada.

—¿Qué dijiste?

Nixia los miró. No pensó que había hablado en voz alta, pero no le importó.

—No —repitió con firmeza.

No a tener un hijo. No a permitir que subastaran a alguna niña. No a ellos. No, maldita sea. No más.

—¿No? ¿Quién demonios crees que eres tú?

Cuando la mano fue a tocar su cabello, los reflejos de Nixia trabajaron más rápido. Atrapó la muñeca y en un giro, la rompió.

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