Capítulo 2: videncia (2)

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Narra Yuji Itadori

A veces y solo a veces, me pregunto cuál será la finalidad de la vida. Es decir, si se le mira con cuidado, ¿qué sentido tienen las cosas que hacemos?

Posiblemente recibiría una respuesta bastante contundente donde diversos puntos de vista me sean expuestos, como queriendo asegurarse de que mi pregunta es estúpida. Y sí, puede que lo sea, pero puede que no. Digo, la tecnología, la innovación, los saberes y la riqueza de la sabiduría humana son cosas excepcionales; no tengo duda.

Y, sin embargo, solo hace falta desacomodar un poco el confort de las personas para que su verdadera naturaleza salga a flote. ¿Será algo particular de la humanidad ser tan complicada?

Y es que no entiendo... no entiendo por qué algunos se placen en hacer sufrir a otros; en hacerles miserables y reconocerles solo pare decirles que son basura. Es algo imperdonable para mí, pues reconozco que tenemos muchas imperfecciones, mas también voluntad y es ella la que nos hace transformar las cosas de maneras sorprendentes.

Puede que sea joven y que no entienda a totalidad cómo funciona el mundo, sin embargo, tampoco quiero entender cómo la crueldad se vuelve un acto justificable ante la injusticia y el derroche; ante la pudrición del mundo a la que muchos están sometidos.

Y, a fin de cuentas, solo queda eso... el vacío existencialista; la apatía que surge ante el vacío de todas las cosas.

¿Cómo, entonces, se le dice a una persona que ha perdido todo su interés en la vida que no se preocupe, pues todo estará bien? ¿Cómo se encara a la maldición a la que involuntariamente está sometida la humanidad, pero en diferentes grados?

Si soy honesto, me es aterrador. Sí, me aterra confrontar estas cuestiones porque... ¿qué es lo que tengo yo para ofrecer? Soy un recipiente maldito que ha enfrentado las consecuencias de dejarse llevar por el descontrol... y aún en el control, simplemente no hay nada.

No hay una felicidad persistente.

No hay un lugar en el que descansar.

Y tampoco... un hogar o, al menos, una familia.

No hay nada. Solo vacío y su espeso desasosiego.

Y en días como estos, donde la esperanza y alegría que trae el sol se oculta tras las densas nubes de la tormenta, me pregunto cuál será la finalidad de la vida.

- ¿Qué le pasa al tarado? -escucho en la lejanía-. Está muy callado.

¿Kugisaki?

- Debe estar pensando en el castigo que Gojo sensei le dará por no seguir sus órdenes.

¿Fushiguro?

Cierro mis ojos por un instante y me concentro solo en mi respiración. Todo los pensamientos pesimistas se podían ir al carajo, porque por mucho que me lamente de las cosas, si no tomo acción nada cambiará.

- Oye, idiota -escucho que dicen delante de mí-. Te ves de la mierda, ¿sabías?

Al abrir mis ojos veo que Kugisaki me mira con resignación, como si supiera exactamente que no me encuentro en mis mejores momentos.

Sonrío.

- Eso te lo debería decir yo a ti, tonta -menciono para provocarle.

- Tsk, serás imbécil -la veo sonreír.

Y de momento, las primeras gotas de la lluvia comienzan a caer. Estando en el patio de la institución Jujutsu, debo admitir que es un espectáculo ver la lluvia caer. Es como si las cosas fueran más lentas, como si a las gotas de agua le diera más tiempo de besar las hojas de los árboles con las que se juntan y solo en un instante, el infinito apareciera.

Es curioso que piense en eso cuando ni siquiera entiendo a lo que me refiero con "infinito", pero no importa. No tiene que ser un algo en concreto, pues me basta con que sean las cosas por las que doy gracias de estar vivo.

Siento cómo mi ropa se va humedeciendo con el pasar de los minutos y una sensación de libertad me invade.

- Itadori, te vas a resfriar si continúas mojándote -escucho a Fushiguro gritar desde la lejanía, que se había ido a resguardar bajo un techo.

Kugisaki, por otro lado, seguía observando mis acciones. Llevaba un paraguas de color amarillo que resaltaba ante la oscuridad de nuestros uniformes; tal vez anticipó que llovería pese a que estaba pronosticado que haría un día soleado.

- Entonces -expone lo suficientemente alto para escucharla-. ¿Te quedarás aquí como un mocoso al que se le tiene que poner mano dura?

Y eso si me ha hecho verdadera gracia. Y es que alguien como Kugisaki jamás irá con rodeos. Fushiguro, por otro lado, es muy profesional en todo el sentido de la palabra. Aunque basta ponerle un poco incómodo para que su verdadero yo surja.

No podría estar más complacido de conocer personas tan admirables.

Y también estaba él, claro.

El tipo que parece desquiciado, pero que es muy buena persona. Tal vez más de lo que pueda calcular...

- No, me iré a resguardar -contesto sonriendo.

Ella mueve su cabeza en señal de resignación.

Y justo cuando me levanto para moverme en dirección al pabellón más cercano, una entidad de cabello blanco aparece caminando por el sendero que lleva a nuestra dirección. No entiendo del todo por qué, pero parto hacia él sacando un paraguas que siempre llevo en mi bolsa para los días de sol intenso o como los de hoy, llenos de agua que abren viejas memorias.

Cuando estoy a su altura, tiendo mi mano y le cubro con el paraguas. Sus ojos color cielo se tornan en mi dirección y sentí que otro infinito había aparecido.

Uno que, sin embargo, me hizo comprender que tal vez estaba equivocado, pues la vida no debe tener un sentido pleno por sí misma. Son mis acciones las que moldean las causas por las que vivir... hoy y siempre.

- Yuji... -menciona sonriendo.


Infinito || GoYuuWhere stories live. Discover now