Principios de Febrero, 1949

Lilou Dupont

La castaña aprovechó que los chicos estaban duchándose para bailar.

Antes de que los padres de la chica fallecieran y la dejaran a merced del sistema educativo, había vivido en España, pues aunque su padre era francés, su madre y abuelos maternos eran españoles.

Lilou recordaba los primeros años de su vida envueltos en taconeos y en castañuelas chocando fervientemente. En el sur de España, el arte en todas sus formas siempre ha estado muy presente, pero la música y el baile destacaban sobre todas las cosas.

Había aprendido a bailar y a entender el flamenco gracias a la familia de gitanos que vivían en la pequeña casa de ladrillo que hacía esquina en la calle en la que ella alguna vez vivió.
Todas las tardes, o al menos las que podía, iba a ver a aquella familia. Se pasaba la tarde observando los pies de las mujeres que conformaban la familia danzar por todo el salón, acompañadas de la melodía que el padre de la familia marcaba con una guitarra española.

Estaba enamorada de cada uno de sus movimientos y de cada una de las notas que de aquella guitarra, ya desgastada, salían.

Cuando la gente piensa en España, piensan en playas abarrotadas bajo el brillante sol. Piensan en mesas llenas de platos de jamón, sarténes repletas de paella y tapas dispuestas alrededor. Podían pensar en personas con el cabello oscuro, que pasaban sus tarde mostrando a los turistas el martilleo profesional de sus dedos sobre las cuerdas de una guitarra. Y no se equivocan, todo eso se puede encontrar en España. Pero eso era solo una parte de lo que representaba el hogar de Lilou. Una parte que ni siquiera representaba un pequeño porciento de todo lo que ese país podía ofrecer.

Pero para esta chica significaba mucho más, eran sus raíces, sus recuerdos más felices. Todo lo que había aprendido lo había aprendido allí.
Gracias a todos esos años en los que su hogar fue España, había aprendido arte. A bailar y a cantar. Se sentía muy orgullosa de sus dotes, porque sabía que lo hacía muy bien. Pero para ella el cante y el baile eran mucho más.

Eran una prueba de que alguna vez se sintió parte de una familia. Una prueba de que alguna vez fue totalmente feliz.

Le hacían estar segura de que aquellos tiempos existieron y que no eran una invención de ella para sobrellevar la tristeza que la muerte dejaba a su paso.

Sus brazos se empezaron a mover sobre su cabeza mientras hacía un ligero movimiento de muñecas. Su boca se abría para pronunciar una melodía que la transportaba a aquellos años. Pudo ver aquel ventanal que daba a ese pequeño patio andaluz, en el que se podían ver unas escaleras envueltas en enredaderas, tan verdes como sus ojos.

Siguió moviéndose hasta que escuchó el estruendo de unos aplausos. Avergonzada, rápidamente se giró.

Pudo ver que Mathieu, su nuevo profeso, la estaba mirando con una sonrisa enorme en su cara.

-Eso era flamenco, ¿verdad?- Preguntó.

-Sí, ¿cómo lo sabe?- Respondió ella, extrañada ya que poca gente francesa podía reconocerlo.

-Soy profesor de música, o bueno, solía serlo- Respondió el profesor.

Lilou sorprendida ante esto se acercó un poco a él.

-¿Sabe cantar?- Preguntó la chica curiosa.

-No, pero en la antigua escuela en la que trabajaba dirigía el coro de los chicos- El profesor calló unos segundos- He podido observar a algunos de vosotros cantando, no lo hacen bien, pero al menos cantan- Siguió- Aunque usted tiene una buena voz y se mueve con soltura, se nota la experiencia- Halagó Mathieu.

-Gracias, aunque realmente no creo que sea nada de otro mundo, simplemente tuve gente que me enseñó bien- Agradeció ella.

-No hace falta que sea tan modesta, señorita Dupont- Respondió- Creo que he tenido una idea gracias a ti señorita- Dijo mirándola a los ojos con cierto brillo que Lilou pudo percibir como esperanza.
En cierto modo, fue gratificante saber que había superada sus "diferencias" con el nuevo profesor, porque de todos los gilipollas que había en ese lugar, él no era tan gilipollas por lo que había podido ver.

-Me alegro de ser una fuente de inspiración para usted- Bromeó ella- Y no me llame señorita porfavor, soy Lilou.

El hombre asintió y se alejó de allí volviendo a dejarla totalmente sola.

¿Qué idea habría tenido aquel excéntrico hombre?

. . .

Lilou Dupont

Los chicos volvieron de las duchas para ya acostarse. Morhange se acercó a Lilou.

-¿Sabes que he escuchado que mañana llega un chico nuevo?- Le dijo.

-¿Enserio?- Un día lleno de sorpresas, pensó ella- No entiendo cómo siempre te enteras de todo. Pareces una maruja de pueblo, te falta sentarte en la entrada a comer pipas mientras ves a la gente pasar- Bromeó.

-Anda cállate, ya tendré tiempo para hacer eso, pero de momento soy demasiado jóven como para caer al mundo de los cotilleos. Una vez que entras no sales- Exageró el rubio.

Lilou ante esto simplemente rió y le dió una colleja en la nuca.

-¡Eh!- Se quejó él.

Morhange salió corriendo tras ella. La castaña salió de las habitaciones hasta el pasillo y lo esperó detrás de la puerta para darle un susto.

-¡Buh!- Exclamó Lilou.

Morhange se asustó y la cogió de los hombros para sostenerse del susto, pero aplicó demasiada fuerte y terminaron cayendo los dos al suelo.

Morhange quedó encima de la morena con ambas manos a los lados de su cabeza intentando sostener su propio peso.

Lilou solo pudo pensar en lo cliché que todo esto estaba quedando, pero ese pensamiento se alejó rápidamente al notar que el rubio había bajado disimuladamente la mirada a sus labios. Ella se dió cuenta. Dios. Quería besarlo.

Ese pensamiento rápidamente se vió nublado por los gritos de Corbin en la puerta.

-¡No comáis delante de pobres, desgraciados!- Dijo Corbin.

Morhange se puso de pie extendiéndole una mano a Lilou para ayudarla a levantarse. La chica la aceptó y se puso de pie al igual que el.

-Cállate Corbin por Dios, sólo nos hemos caído- Respondió la chica mirándolo avergonzadamente.

-Ya, claro- Respondió Corbin, riéndose ante la situación de sus amigos.

La conversación se vió interrumpida por Rachin, que pasaba por los pasillos chillando que ya era hora de dormir y unos cuantos insultos acompañando a sus palabras.

Sin esperar mucho más, los jóvenes entraron a la habitación para echarse en las camas para dormir.

Antes de que Lilou se durmiera, se giró para ver en la cama que estaba al lado suya al rubio que también la estaba mirando.

Los ojos turquesas de éste brillaban en mitad de la noche.

Lilou le dedicó una sonrisa para después cerrar los ojos.

Y por su mente sólo rondaba una pregunta.

¿Qué habría pasado si Corbin no los hubiera interrumpido?

𝓛𝓪 𝓝𝓾𝓲𝓽  (ᴘɪᴇʀʀᴇ ᴍᴏʀʜᴀɴɢᴇ)Where stories live. Discover now