Venganza I

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Estaba encadenada de los brazos y las piernas, mientras veía atónita como mi madre iba a ser ejecutada sobre un gran escenario frente miles de personas, y millones más que veían la transmisión en vivo.

El escenario, que no era más que una plataforma de metal gris, estaba sobre un enorme pilar de metal magnético de color negro. Una gigantesca pantalla estaba colocada a mitad del recorrido del pilar, esta recibía la transmisión de los drones que volaban al rededor. De esta manera la muchedumbre podía ver lo que pasaba a miles de metros sobre sus cabezas.  

Mi madre estaba de rodillas a mi costado. Tenía los ojos adormecidos como si la hubieran drogado. Llevaba puesto unos harapos blancos, que contrastaban con sus cabellos negros enmarañados.

Todos clamaban y aplaudían con regocijo cuando el pecho de mi madre explotó dejando que su sangre y entrañas se derramaran por el escenario. Todos pedían que yo fuera la siguiente, que debía pagar mis pecados. ¿Mis acusaciones? Hechicería.

Muchos pensaran que en un mundo dominado completamente por la tecnología, la magia sería algo secundario, algo trivial, algo que solo se veían en cuentos de fantasía.

—Ahora la siguiente hechicera en ser ejecutada —Gritó el hombre de traje negro que hace unos momentos había matado a mi madre. Mi padre—. ¡Míngis!

Vi sus ojos, ese bastardo lo estaba disfrutando, su sonrisa lo delataba. Quien podría imaginar que un hombre estaría tan feliz de matar a su propia esposa e hija.

—Tranquila querida —dijo Saimon a través del micrófono implantado en su boca—. Serás purificada por los pecados de tu madre. Sé que no tienes la culpa, pero yo tampoco la tengo—. Dijo la última parte dirigiéndose al gentío que exigía mi muerte—. Pero tienes su sangre, una sangre sucia que debe ser borrada. —apuntó el rifle de plasma a mi pecho.

Apagó su micrófono.

—Espero que te haya gustado mi regalo, Míngis —dijo con una sonrisa asquerosa—. Ese vestido negro que llevas me recuerda tanto a tu madre en nuestra luna de miel. —Se acomodó sus cabellos grises ondulados. 

Vi la sangre de mi madre que machaba mi vestido. No podía hacer nada. Todo el planeta esperaba que mi padre apretar el gatillo. Solo pude llorar, sin saber que decir.

—Te quiero tanto hija mía, pero debes entender que de algo debo ganarme la vida —volvió a sonreír burlándose de la situación—. Debes entender que amaba tanto a tu madre que me dolió hacerle un agujero en el pecho.

Esas últimas palabras hicieron que dejara de llorar. Mi madre. Mi madre lo había amado tanto, pero ese bastardo solo la había utilizado. Quise que por un momento todos los cargos de magia y hechicería fueran verdad. Los mataría, mataría a todos y bailaría sobre sus cadáveres, feliz, mientras lo único que escucharía sería el silencio, el silencio de la muerte.

—¡No hables de ella pedazo de mierda! ¡Juro que te matare¡ Te matare y atod...

Mi pecho explotó como si de una rosa floreciendo se tratase. Caí el suelo y por un memento vi la luna entre las diferentes naves que contenían mas espectadores eufóricos. Volaban en el cielo como si fueran moscas. Luego vi a la inmensa multitud que gritaba con alegría, eso supuse pues no podía escuchar nada. Todo era silencio, y pensé que era algo bueno. Mis ojos se cerraron

Pensé que estaba muerta porque mi cuerpo flotaba en una inmensa obscuridad. Que tan equivocada estaba. Fue entonces que lo vi, mis acusaciones, mis pecados, mis cuentos de fantasía. Una energía carmesí me atraía, me envolvía y sentí una calidez que nunca pensé que se podría sentir. La energía inundó mi cuerpo, llenó todo mi ser. Transformaba mi alma. Yo acepté con gusto el poder que el mundo me regalaba.

Lo entendí. La magia estaba en todo, en la luz, en los seres vivos, en las estrellas, incluso en las máquinas y, sobre todo, en la muerte. Y todo eso ahora estaba bajo mi servicio. Era el comienzo de mi venganza, desataría todo menos justicia, pues justicia era lo último que quería en ese momento.

Entonces fue cuando abrí mis ojos de color carmesí.

Dissonant Souls - [Almas Disonantes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora