Mingis II

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El cuerpo del perrito yacía sobre aquel camino pedregoso, era tan grande que apenas cabía entre los dos muros de roca negra. El olor de la niebla se mesclaba con el de la sangre que salía del gran agujero de su cuerpo, esta a su vez, se esparcía con rapidez por el piso.

El ataque que había puesto fin a su vida me había costado más de lo que había imaginado. Sentía que mis sentidos me estaban abandonando. No podía dejar que eso pasara. No ahora. ¿Cuánto tiempo tardaría en despertar? ¿Miles, millones, quizás eones de años? definitivamente no podía dejar que eso pasara. No ahora que la semilla que había puesto en David estaba por germinar.

Tenía que aferrarme a mi conciencia. El mantenerme despierta me resultaba cada vez más difícil con cada segundo que pasaba. Pero sentí un dulce olor, uno magistral. Si. Se trataba de un alma, una que había acumulado poder por cientos de años. Ahora el perrito sería mi comida. Ahora era yo la que tenía hambre.

Mi libro se encontraba flotando con dificultad sobre las piedras destrozadas. Reuní las fuerzas que me quedaban y me acerqué al cadáver de mi deliciosa comida. David estaba tirado sobre una gran roca al costado del perrito. De su cabeza se escurría una hilera de sangre. 

Tenía que reconocerle que al menos había sido un buen cebo. Su corazón latía con fuerza, y su respiración era agitada.

Concentré lo que quedaba de mi adormecida conciencia y me sumergí con dificultad en las corrientes de la magia y el alma. Sentí ese dulce calor que no había vuelto a sentir en eones de años. Había regresado al lugar donde todo había comenzado. Era tal y como lo recordaba, un inmenso espacio negro, más que la noche misma. Era tan hipnotizaste, que a ojos humanos desprovistos de magia que los protegiera, les rompería la mente y jamás volverían a despertar. Era un espacio separado de todas las realidades y dimensiones posibles, donde las almas nacían, donde volvían tras habitar un cuerpo mortal.

Pude verme a mí misma. Una energía violenta de color rojo sangre. Mi alma era tan hermosa. Al frente estaba una energía blanca tres veces más grande que la mía, era el alma del perrito. Conduje los hilos de alma con cuidado, los interconecté al núcleo del alma del perrito y pude sentir el éxtasis. La dulzura del mundo. Era tan excelso como si miles de drogas sintéticas recorrieran mi cerebro, pero en este caso recorrían mi alma y era mil meces mejor.

Cuando mi conciencia volvió al exterior estaba extasiada, necesitaba más, aquel aperitivo no me bastaba. La fuerza volvía a llenar mi ser. Busqué desesperada algunos fragmentos de alma que tal vez había olvido absorber en el cuerpo del perrito, pero no quedaba nada.

Luego vi a David. Podía matarlo, si, podía destrozarle la cabeza y absorber su alma. No, no, no podía hacerlo, no tenía que hacerlo, lo necesitaba vivo. Si.

Volteé buscando algo más que pudiera saciarme. Y lo vi ahí tirado al costado del muro de piedra negra, sobre algunos libros los cuales se manchaban con la sangre que salía de su hocico destrozado. Maxuel, así lo había llamado David. Le costaba respirar, sus latidos eran débiles. Moriría pronto. Pero yo no quería esperar, su alma estaba esperando a que la consumiera. Volé frenéticamente hacia la pequeña cosa. Forme un brazo de sangre con toda la intención de aplastar su cabeza. Pero la cosa abrió sus ojos. Tenía una mirada de cansancio, su respiración se entrecortaba más. Sentí que me pedía clemencia. Eso me complació tanto que solté una gran risa que resonó en lo profundo de aquel tétrico lugar.

Matarlo, era la clemencia que tanto me pedía aquella pequeña criatura, pero como un favor por haber proteger a David, lo haría lento y lo más doloroso posible, eso, era el mejor regalo que podía darle. Mis dedos se trasformaron en garras y las acerque con dulzura hacia su abdomen.

—¿Mingis? —dijo David con una voz cansada, mientras intentaba levantarse sin éxito sobre la gran roca—. ¿Qué esta pasando?

Por un momento pensé en matar a la pequeña cosa y luego inmovilizar a David. Esperaría a que la semilla germinara, mientras absorbía el alma de la criatura y de esa forma sería libre de mis ataduras. De esa forma podría matar al bastardo que me había traído aquí. Pero era muy arriesgado hacer esas dos cosas al mismo tiempo, si algo salía mal, mi alma se dañaría más de lo que ya estaba. Retraje mis garras.

Dissonant Souls - [Almas Disonantes]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant