Rosas de amor

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¿Hasta dónde puede llegar una persona por amor? ¿Hasta dónde puede perderse uno, en el enredado laberinto que es el corazón de aquella persona que nos puede elevar hasta el infinito? La respuesta lo conocemos todos. Llegaríamos hasta las profundidades del mismísimo infierno.

En el interior de una catedral, donde las almas desdichadas se perdían en busca de sus más amados deseos, se escuchó el grito gutural de una bestia y el choque metálico de dos armas que rugían con un fervor asesino. El techo de la primera planta era inmenso y abovedo, de estas colgaban candelabros de exquisitos diseños dorados, en las paredes se encontraban retratos de personas olvidadas por el tiempo y, sobre el piso embaldosado, se encontraban dos columnas de bancas de roble negro que en sus respaldares estaban tallados serafines.

Se volvió a escuchar el choque frenético del metal y luego el sonido de la roca agrietándose. Del techo cayeron un hombre en armadura blanca sobre un minotauro que rujía con rabia desenfrenada. La bestia chocó con brutalidad contra las finas bancas, destrozándolas.

El caballero que había podido amortiguar la caída con el cuerpo del minotauro, rodó sobre aquel cuerpo lanudo hacia un costado hasta caer el suelo. Se levantó dando tambaleos mientras su armadura soltaba pequeños chirridos. Tenía fracturadas varias costillas, pero el dolor que sentía no le importó, dado que adelante de él estaba lo que su corazón tanto anhelaba. Vio millares de hermosas rosas de un color tan blanco que opacaría hasta al más hermoso copo de nieve. Estas crecían atravesando el piso envolviendo a un féretro labrado en mármol que brillaba con el reflejo de la luz provenientes de los candelabros del techo.

Galatriel era el nombre del caballero que había jurado conseguir lo que más deseaba su corazón. Muchos le habían aconsejado que su viaje por conseguir aquellas infames rosas era un completo suicidio, que perder la vida por un presente era algo ilógico. Galatriel no hizo caso de las advertencias, pues el amor que sentía endurecía su mente contra la razón. Dio un paso hacia adelante, pero cayó al suelo de golpe, volteo la vista hacia atrás con perplejidad. El minotauro sujetaba su pie mientras soltaba espuma de su boca. Galatriel soltó un grito cuando la bestia rompió su tobillo.

La criatura no lo soltaría, se lo llevaría hasta el quinto infierno sin importarle nada. Galatriel desenfundó la daga de su cintura y se acercó entre gritos a la cabeza del monstruo con la intención de cortarle el cuello. El minotauro tomó la cabeza del caballero con la mano que tenía libre. Repetiría lo que había hecho con el tobillo de su enemigo. Galatriel sentía como su yelmo se deformaba apretando su cráneo.

La desesperación empezó a doblegar su valentía, pero no la necesitaba, debido a que su cuerpo se movía por el deseo, por amor. Con la fuerza que le quedaba empezó a apuñalar frenéticamente el cuello del minotauro. Apuñaló y apuñaló, pero el agarre del monstruo no perdía fuerza. Los gritos y el sonido del metal deformándose llenó el lugar, y después solo se escuchó el sonido del metal rompiéndose.

La sangre manchaba el suelo. Galatriel se encontraba encima del minotauro con el cuchillo aún clavado en su garganta. La parte delantera de su yelmo estaba destrozada dejando ver unos cabellos dorados manchados en sangre. Se quitó el yelmo con dificultad. Su rostro de tez blanca que había sido la envidia de nobles y la perdición de las doncellas, ahora tenía una enorme herida que bajaba desde su ceja izquierda, atravesando su ojo hasta terminar en su mentón. Era un pequeño precio a pagar por su más anhelado deseo, pues el fuego del amor no nace en la superficie, sino que aquellas pequeñas chipas nacen en el fondo de un cálido corazón.

Bajó del cuerpo sin vida de su enemigo. Lo que quedaba de su armadura le pesaba, pero se las arregló para volver a levantarse y empezó a caminar arrastrando una pierna hasta aquellas hermosas rosas blancas. Cada paso que daba le parecía como el ultimo que daría, pero su corazón ardía en una inmensa alegría debido a que conseguiría lo que muchos no habían podido lograr. Fue apuñalado por la espalada por la zona del riñón izquierdo. Por un momento pensó que su cuerpo se desplomaría, pero no lo hizo. Volteó su vista con rapidez encontrándose con un pequeño duendecillo quien se disponía a apuñalarlo otra vez. Galatriel lo empujó con su brazo para luego girarse hacia él. No entendía como aquella daga había atravesado su armadura, que, aunque estaba agrietada por la batalla todavía le ofrecía una buena protección. El duendecillo retrocedió con rapidez al ver como Galatriel se ponía en guardia.

El duendecillo que era verde, con orejas alargadas y lo único que cubría sus partes nobles eran unos harapos marrones, soltó una pequeña risa y lamió la sangre de su daga, la empuñadura tenía la forma de un león y la hoja era de color azul con varias runas tallas en ella. Galatriel espero a que su oponente hiciera el primer movimiento puesto que su cuerpo no estaba en condiciones para otra batalla. Si hacia tan solo un movimiento descuidado, todo acabaría para él.

La sangre se escurría a través de su armadura. Sus manos le temblaban y la visión de su único ojo gris era borrosa. Galatriel cayó de rodillas sin dejar de apuntar su daga. El duendecillo soltó otra risa chirriante de satisfacción, le gustaba ver a su presa aferrarse a su vida. Galatriel soltó un bufido y volvió a reincorporarse. El duendecillo aprovechó esto y salió corriendo para apuñalarlo, Galatriel por su parte lanzó algo que el duendecito pensó que era una daga, saltó hacia el cuello de Galatriel. Su cabeza fue atravesada por la daga. El cuerpo del duendecillo cayó al suelo soltando chillidos desesperados hasta que no pronunció sonido alguno. Galatriel había jugado bien sus cartas, había lanzado una piedra para hacerle pensar a su enemigo que estaba desarmado y con eso ganar una batalla que parecía perdida.

Sin perder tiempo se giró y avanzó como pudo hacia las rosas. Si volvía a encontrarse con otro monstruo no podría ganar hiciera lo que hiciera. Arrancó un racimo. Sus deseos por fin se volverían realidad. Ahora solo le faltaba volver a la capital, donde su amada lo esperaba. Al fondo de la catedral se encontraban unas inmensas puertas de cristal rojo. Se acercó a estas y se sorprendió cuando se abrieron dejando ver un paisaje verde con un camino de piedras, que a los costados estaban adornados con columnas del mismo material. El cielo estaba nublado y las gotas de lluvia empezaban a caer poco a poco, como un llanto.

Galatriel avanzó con una marcada cojera por el camino. Estaba eufórico, su corazón estaba arrebozar de dicha, no obstante, su sangre manchaba el suelo. Pasó por el costado de un cadáver en armadura recostado sobre una columna. Era uno de los tantos caballeros, mercenarios o nobles que había intentado conseguir lo que Galatriel sostenía en sus manos, aquellas hermosas rosas blancas, que sus pétalos tenían pequeños puntos rosados. Siguió avanzando entre la lluvia que caía con más fuerza, mientras se desangraba cada vez más. Su amor era fuerte. Pasó al costado de otro cadáver. Las rosas se volvieron rosadas al completo. Su amor era ferviente. Pronto dejo de sentir los pies, pero no se detuvo. La sangre dejó de emanar de sus heridas y las rosas se tornaron rojas carmesíes. Su amor era inquebrantable. Cayó al suelo de costado tratando de proteger su precioso regalo. El amor lo podía todo.

Allí yacía Galatriel, el orgulloso caballero de una de las más antiguas y distinguidas casas, quien soltó su último aliento entre lágrimas por haber estado tan cerca de conseguir lo imposible. Todo por su mayor deseo, todo por los dictámenes de su corazón. Por un amor no correspondido. Entre sus manos llevaba una promesa, un regalo para una princesa que había enviado a morir a muchos otros tantos antes que él, todo por un dulce capricho del olor de unas rosas blancas.

Dissonant Souls - [Almas Disonantes]Where stories live. Discover now