Capítulo 8: Ecos

5 2 1
                                    

Un pánico aterrador apresó a Ima. Al escuchar la idea de Ryu, todo su cuerpo reaccionó como si se pusiera en alerta. 

—No podemos hacer eso —replicó Ima.

—¿Y qué sugieres que hagamos? —dijo Ryu —. No tenemos ni idea de que pasa con las dichosas cámaras y además la señora que nos las regaló ha desaparecido.

—No lo sé, pero no podemos dejar tiradas estas cámaras por ahí, así como así.

Ambos se quedaron callados, sopesando que opciones tenían. Ima estaba convencida de que deshaciéndose de las cámaras no conseguirían nada. Además, no podía negar que el poder que surgía de ellas le gustaba. Era como si el propósito de aquellos artilugios tomara forma tangible. La mera idea de consumir recuerdos, sensaciones y sentimientos reales a través de sus fotos le resultaba estimulante. 

Por parte de Ryu pasaba tres cuartos de lo mismo, aunque era incapaz de ignorar el miedo que sentía en su interior, por el desconocimiento de la situación. Había algo en todo aquello que le decía que se mantuviera alerta y que no se dejará llevar. 

Ima miró su móvil. ¿Tanto tiempo había pasado? Habían salido de las oficinas sobre las once, ¿verdad?

—Es un pelín tarde, ¿te apetece quedarte a comer? —preguntó Ima.

Ryu tardó en responder. Tenía la mirada fija en la polaroid. 

—¿Mh? ¿Estás segura?

—Claro, estoy acostumbrada a cocinar para dos —dijo Ima quitándole importancia a la situación.

—Muchas gracias —dijo Ryu.

—De nada. ¿Te apetece algo en concreto? —preguntó Ima mientras se levantaba y se dirigía a la cocina. 

Ryu se levantó a su vez.

—Qué va, cocina lo que te apetezca Ima, es tu casa. Eso sí, déjame ayudar aunque sea.

—Vale, ¿qué te parece un arroz con curry?

—Ahora que lo dices, hace tiempo que no me como un buen arroz con curry.

—Pues ya está decidido. 

Los dos pasaron a la diminuta cocina. Conectaba directamente con el salón a través de una puerta corredera y no era la única puerta de ese estilo en el apartamento. De hecho, todas las puertas eran así y la gran mayoría de veces, tanto Ima como Kaori, las dejaban abiertas para tener así una falsa sensación de amplitud, haciendo que el piso pareciera más grande de lo que realmente era.

La cocina consistía en un mueble empotrado contra la pared que disponía de fregadero y cuatro fogones. Abajo tenía una serie de tres cajones donde estaban guardados los cubiertos, los trapos, los diferentes utensilios de cocina y el horno. Además, también disponía de un armario pequeño donde Ima y Kaori aprovechaban para guardar todas las sartenes y las ollas. Colgados de la pared, había otros dos armarios donde se guardaban los platos, los vasos y copas. Por último, en un lateral, pegada al mueble, estaba la nevera, que no era muy grande, teniendo en cuenta que solo vivían dos personas en el piso. 

—¿Qué te parece si yo corto la carne y la preparo, mientras tú te encargas del arroz y el curry?

—Adelante —dijo Ryu con entusiasmo.

Y se pusieron manos a la obra.

Ima sacó todos los ingredientes que necesitaban para preparar la comida. Ryu se puso de inmediato a cocer el arroz, pero de mientras aprovechó para preparar la salsa del curry. Peló y picó el ajo y la cebolla y los puso a freir en aceite. Varios minutos más tardes añadió el curry en polvo, el caldo de pollo y echó una pizca de leche. A su lado, Ima cortaba la carne en pedazos para después echarlas a freír en otro de los fogones. Por un instante, dudó en añadir algún que otro condimento, suficiente había con la sala que estaba preparando Ryu. No obstante, decidió echar un pelín de pimienta. Por suerte, Ryu no puso objeción y admitió que él también sentía predilección por las comidas fuertes y algo picantes. 

Poco a poco, el aroma del curry y los ingredientes fue elevándose junto con el vapor de los fogones.  La tripa de Ima y de Ryu rugieron a la vez, lo que generó miradas incómodas que rápidamente se transformaron en carcajadas.

Ryu terminó de preparar la salsa de curry a la vez que Ima terminaba la carne. Pusieron ambos ingredientes en un bol y lo mezclaron hasta que la salsa se integró por completo con los trozos de carne. Después, escurrieron el arroz, lo emplataron, y para terminar echaron por encima los trozos de carne con la salsa.

Ryu olisqueó el humo que desprendían los platos.

—Mmh, qué buena pinta.

—Gracias por echarme una mano —dijo Ima.

—No hay de que, siempre me ha gustado cocinar.

—Se nota, se te da bastante bien, diría que incluso mejor que a mí.

—No es para tanto, solo sé lo básico —dijo Ryu.

Ambos pasaron al salón, dejaron los platos sobre el kotatsu y Ryu se sentó.

—¿Para beber? —preguntó Ima.

—Agua.

Ima regresó a la cocina. Cogió dos vasos del armario y la botella de agua de la nevera. Los colocó sobre el kotatsu y se sentó frente a Ryu.

—Gracias por la comida.

—De nada — dijo Ima —. Que aproveche. 

Ima y Ryu se lanzaron a por el plato sin piedad. Lo devoraron tan rápido que a penas diez minutos más tarde ya habían acabado de comer. Habían estado tan concentrados en comer que ni siquiera intercambiaron palabras. Se centraron en dejar que su paladar disfrutara del sabor picante del curry.

—Dios mío, está riquísimo —señaló Ryu emocionado. Parecía estar a punto de llorar.

—Mh, y que lo digas —reconoció Ima.

—¿Sabes alguna receta más?

—Mi madre se preocupó de que fuera capaz de cocinar la receta de dangojiru de la familia antes de independizarme.

—¿Receta familiar además? —dijo Ryu —. Tengo que probarla entonces.

Ima se rio. Había algo agradable en la singular capacidad de Ryu de emocionarse por nada. Algunas de sus amigas lo tacharían de infantil o incluso de ingenuo, pero Ima sentía que eso sería hacer una valoración superficial. Quizá, Ryu era de esa clase de personas capaces de encontrar placer en lo cotidiano y mundano, como por ejemplo un buen plato de comida. 

—Hace tiempo que no la cocino.

—Pues ya tienes una excusa —dijo Ryu.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó Ima fingiendo molestia —. Tú también sabes cocinar.

—Puuf, podría intentar alguna receta de mi abuelo, pero hay muchas posibilidades de que salgamos ardiendo de la cocina —bromeo Ryu.

—Entonces, gracias a dios que sigo viva —añadió Ima.

—Exacto.

—Por cierto, deberíamos ponerle un nombre, ¿no? Me refiero a nuestra... habilidad —dijo Ima.

Ryu la contempló, pensativo.

—Así, de buenas a primeras, no me surgen ideas —dijo Ryu, rascándose la cabeza. 

Por desgracia, a pesar de haber tenido la idea, a Ima le ocurría lo mismo. Era capaz de vivir con conceptos que no lograba entender del todo, pero aquello era especial y tenía la imperiosa necesidad de al menos saber como referirse a lo que estaba pasando. Quizá así lograra normalizarlo si es que se podía normalizar la capacidad de absorber recuerdos y sensaciones de una foto. 

—¿Qué te parece Ecos? —dijo Ima tras pensar en muchos nombres y descartar muchos otros.

—¿Ecos? Mh, no está mal, me gusta.

—También deberíamos decidir qué hacer con las cámaras —señaló Ima —. ¿De verdad quieres deshacerte de ellas?

—No lo sé, Ima, lo de antes ha sido casi un acto reflejo —dijo Ryu —. Además, no comprendemos el alcance de todo esto. 

Ima se encogió de hombros. En ese aspecto, Ruy tenía razón, pero tampoco podían abandonar las cámaras e ignorar los Ecos como si nada.

—¿Y si intentamos encontrar a la señora de la tienda de antigüedades?

Entre dos realidadesWhere stories live. Discover now