Para Volar Se Necesitan Dos Alas

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Samantha Nahomi.

La puerta de mi destino se abrió rápidamente y divisé el patio pulcramente barrido, al fondo, pude notar un colchón en la sombra donde Eduardo de una manera algo grotesca se retorcía como una serpiente, su cara estaba pálida y empapada en sudor, al verlo así me quedé petrificada; porque hacía 2 días que estábamos en clases lo veía sano, de buen color y sonriente; el rostro que estaba viendo en ese momento, demacrado, con profundas ojeras y labios resecos, era la faz misma de la muerte.

Cuando me vió solo pudo sonreír con gran dificultad, me dispuse a interrogarlo y examinarlo, durante el examen físico todo indicaba que tenía una apendicitis aguda; y claro, él ya lo sabía, pero no lo podía aceptar. Llamé a su madre aparte, de la cual toda muestra de disgusto se había transformado en preocupación, y le informé, tratando de mantener la calma que era lo que me indicaban sus síntomas... ella, sin rodeos me preguntó:

—Doctora, del 1 al 10, ¿Cuán grave está mi hijo?

—Del 1 al 10, un 12 señora — yo no le podía mentir, Eduardo estaba
grave, corría el riesgo de que ya el apéndice estuviera derramando
líquido en la cavidad abdominal. — Mi recomendación es que lo lleve de
inmediato al hospital y lo pase por emergencias, pero no se llegue hasta
allá sin un eco abdominal ¿Está claro?

—Está bien Doctora, ¿Pero me lo atenderán de inmediato? ¡Usted sabe
cómo está el hospital, sin insumos, sin nada...!

—¡Cálmese! — ni yo podía estarme quieta, las manos me temblaban.

—¿No hay ninguna persona de confianza para pasarlo rápidamente sin que se quede haciendo cola?

—¿¡...!?

—¡Mueva sus influencias! ¡Por favor Doctora!

—Ya voy a llamar al Doctor de guardia, el de seguro lo va a ayudar.

Sabía que iba a quebrantar mi promesa de alejarme de Anthony, ya no lo amaba, pero él, en el fondo de su corazón tan atolondrado y mezquino, me seguía teniendo estima, así que me atreví a comunicarme con él; ya Eduardo se estaba descompensando, su candor se estaba convirtiendo en estupor.

Miriam Leal.

Ese día, inicio de semana, había faltado a la iglesia porque tenía que cubrir un turno en el hospital, lo que más me incomodaba era la duración: del mediodía hasta el lunes por el amanecer; llegando a las puertas del hospital pude ver al Doctor Anthony hablando por teléfono, lo saludé y para mi grata sorpresa... ¡Me devolvió el saludo y hasta pude ver una pequeña sonrisa! Pero una sonrisa en
la cual pude ver sus rojas encías que no contrastaba con su barba tan
anticuada. Luego esa sonrisa desapareció nuevamente en su oscura
personalidad de policía sumido en hierática actitud.

No, se movía, no decía nada, solo asentía con la cabeza mientras su mirada permanecía fija en la blanquecina pared, pareciese que ni siquiera se atreviera a respirar.

Siempre me había parecido un Doctor brillante, pues su trabajo lo hacía de un modo impecable, pero era una persona bastante extraña, que no
pareciese que Santiago José, un joven bromista, sonriente y optimista, fuera
hijo suyo.

Al llegar un camillero me pidió que lo ayudara con un encargo, lo cual me
pareció extraño hasta ver de qué se trataba: tenía que acompañarlo a llevar un cuerpo a la morgue, para luego limpiar la cama donde había fallecido el paciente; ir a la morgue no era algo que me gustara mucho, porque se tenía que pasar por un pasillo oscuro y umbrío que daba cierto aire a cementerio, además olía a formol y a carne podrida, pero igual accedí a acompañarlo debido a que era domingo, hacía falta personal y el hospital estaba lleno de pacientes.

Cardiopatías y EscalofríosHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin