La Luz Al Final Del Túnel

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Eduardo Antonio.

Cerca de donde yo estaba había una muchacha de unos 25 años que cuidaba de su hermano, el cual también estaba hospitalizado, recuerdo muy poco, solo sé que era baja, morena, usaba lentes y tenía cierto aire maternal. Ella se paseaba constantemente por mi cama y me preguntaba como estaba, me daba
ánimos y decía que pronto vendrían a buscarme.

En una esquina mi tía oraba con ahínco; afuera estaba mi mamá hablando por teléfono, algo me decía que aún no era mi oportunidad de entrar a quirófano.

Yo aún le preguntaba a todo cual pasara por mi camilla "¿Ya me van a operar?" y algunos no me prestaban atención, otros me sonreían con indulgencia, y otro solo me miraban con miedo o preocupación.

Llegó un momento en el que puse a meditar, pensé en muchas cosas, algunas incomprensibles:

"¿Dónde están mis hermanos? Si yo me voy lejos ¿Quién los ayudara en sus tareas? ¿Cómo los dejará mi partida? ¡...! Yo no puedo hacerles
esto a ellos... ¿Cómo quedara mi mamá y mi papá? ¿Solos? ¿Cómo será esta Navidad ya a las puertas sin mí? ¡Yo necesito estar con ellos! ¡Necesito
recuperarme! ¿Dónde está mi perrita Muñeca? ¿Por qué no está aquí
escondiéndome las medias para que no vaya a la universidad? ¡Abuela!
¿Dónde estás? ¡Abuela te estoy llamando, ven a buscarme, vamos a la
frutería!... ¿Me extrañarían así como yo los voy a extrañar? ¿Tanta falta les
haría? Tal vez no..."

Sentía que empezaba a flotar; como si levitara, poco a poco me iba levantando de la cama, y el techo se desgarraba como si fuera papel corrugado; las luces eran blancas y ya no sentía dolor, no sentía tristeza, ya no estaba ni muerto de sed, ni muerto de hambre, ni muerto de miedo, en si ya no sabía lo que estaba sintiendo, Ahora que puedo pensar mejor había perdido las esperanzas de vivir, y yo mismo me estaba acercando a esa luz al final del túnel tan temida como desconocida...

¡¿...?!

¡Aun no me puedo ir!

De repente en un abrir y cerrar de ojos Las Dos Bárbaras entraron corriendo y estaban al lado de mi camilla, mi madre estaba allí con ellas, mi padre venía detrás de mi madre, y aunque él siempre se la ha dado de persona fuerte y corazón de piedra, sabía que lloraba y no soportaba verme así. Mis compañeras traían más insumos, mi padre tenía una botella con algo negruzco y decía "Peridon" solo oí a duras penas que dijo que era un antiséptico muy fuerte y era costoso.

¡Aun no me puedo ir!

Me Aferré a la cama con todas las fuerzas que tenía, y les sonreí a todos...

¡Aun no me puedo ir! ¡Tengo que graduarme! ¡Tengo que formar una familia! ¡Tengo que darle un nieto a mi mamá para que vea lo que es tener un pedacito más pequeño de mí! ¡Tengo que alejarme de esa luz! ¡Tengo que hacerlo! ¡Corre Eduardo, corre con todas tus fuerzas! ¡Aléjate de allí! ¡Te estamos esperando! ¡Ya vienen a buscarte!

¿Quién?

¿La luz? ¿Dios? ¿El Diablo?

¡No!

¡Era un enfermero que venía con una silla de ruedas para llevarse al estudiante de medicina a quirófano!

Miriam Leal.

Yo estaba cerca de la cama del señorito Eduardo cuando entraron a buscarlo. Su rostro débilmente apagado se iluminó de repente, se levantó con brusquedad, todos
los que estaban allí lo ayudaron a desnudarlo y colocarle el gorro, la bata y los zapatos de tela. Se sentó en su transporte, volvió a sonreír, trató de decir algo pero su euforia no se lo dejó y a los pocos momentos desaparecía de la sala.

Su madre aun me estaba contando su experiencia mientras duraba la
intervención:

"Ya teníamos todo, los cepillos, el peridon, los desinfectantes, ¡Todo! Así que volví a llamar al muchacho que estaba de guardia. El cual al verme solo me dijo: Ya vienen a buscar al paciente, tenga paciencia... cuando iba a agradecerle salió sin decir más nada, y no lo volví a ver"

"Su tía, una muchacha que estaba cerca de allí pendiente y yo lo cambiamos de ropa, él estaba como plastilina, ya ni fuerzas tenía; al poco rato ya se lo habían llevado y mi teléfono temblaba de tantos mensajes que llegaban, todos con la
misma pregunta: ¿Cómo está Eduardo? ¿Lo han ingresado? Y yo solo pude decirles ¡Acaba de entrar a quirófano! ¡Gracias a todos por su ayuda, amor y contribución hacia mi hijo! ¡Se los agradezco!... y rompí a llorar nuevamente"

...

El relato se vio interrumpido porque el cirujano Salía de la sala con una cara muy oscura, serena y distante. Las dos tuvimos un estremecimiento;
esperábamos que hablara pero su silencio seguido de largos suspiros solo nos aumentaba los escalofríos.

—El estudiante de medicina está grave.

Eduardo Antonio.

Mi madre siempre había tenido una manía de usar nombres Dobles, de allí
había nacido Rodrigo de Jesús, Victoria Valentina y yo, Eduardo Antonio; los 3 formábamos un gran disparatado circo de variadas maravillas. Y mi tía no se quedaba atrás, ya que mis tres primos casualmente se llamaban José
Gregorio, José Daniel y José David, Todos nombres bíblicos que iban
contrastados por orden de tamaño.

En este disparatado circo ambulante pensaba mientras paseaba en la silla de ruedas por los pasillos del hospital; de repente me veía en un pórtico, sentado en una silla mecedora, moviéndome son suavidad de adelante hacia atrás, viendo el cielo azul del día y luego el estrellado de noche; hasta que entré a quirófano, el cual estaba muy frío...

Los anestesistas me hablaban de anécdotas de cuando eran estudiantes como yo, y me daban muchos consejos que para ser sincero no recuerdo muy bien, tal vez lo que se olvida no es muy importante; pero esto seguramente lo era, tarde o temprano me pondré a rebuscar entre mis viejos papeles y mis
recuerdos para averiguar qué era lo que me decían con tanto entusiasmo.

Me dijeron que me sentara para colocarme una anestesia en la columna vertebral, para lo cual tenía que sentarme derecho, y yo estaba totalmente encorvado. Como no podía hacerlo solo los médicos me enderezaron a la fuerza y sentí que los tejidos desde adentro se me desgarraban. Luego, a los pocos segundos, ese miedo a las agujas, a la anestesia y a las intervenciones
quirúrgicas que tenía, se había desvanecido, ya no sentía dolor, ya no sentía ese frecuente golpetear en mi vientre. Me sentía como nuevo.

Recuerdo que hace poco había leído una historia, bueno era una leyenda
urbana en la cual los médicos del siglo XIX decían que el miedo en sus
pacientes no era provocado por la mente, ni el estrés por la Hormona Cortisol, sino que todos, en el interior de nuestra columna vertebral teníamos un pequeños ser con aspecto de ciempiés, oscuro y algo elástico que al excitarse con cualquier sentimiento de temor o estrés, se alargaba poco a poco según el grado de miedo, hasta alcanzar casi el volumen mismo de toda la espina
dorsal, y para que ese ser tan extraño volviera a su tamaño normal, tenías que liberar todos esos miedos resguardados.

¿Pero cómo?

La respuesta era: ¡Gritando!

Ya que sí "El Escalofrío" como esos médicos lo llamaban, crecía más de la cuenta, explotaba en secreción y ese líquido purulento se esparcía por todo el cuerpo y ocasionaba el deceso.

Otros médicos lo llamaban "El Hormigueo", cuando quise hablar sobre ello con la Doctora Samantha ella se rió a carcajadas y se limitó a
decirme que dejara de leer tantas tragedias y ver tantas películas y me pusiera a estudiar, lo cual hice, pero nunca pude sacar de mi mente esa leyenda, que aunque era más que falsa, me había enganchado por completo.

De tanto pensar en esa leyenda un tanto bizarra, no había escuchado que me decían "Si quieres puedes dormir, estas anestesiado de los hombros hasta los pies"

Y cerré mis ojos ¿Para siempre?

Cardiopatías y EscalofríosWhere stories live. Discover now