Capítulo 8: El cielo

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—He crecido entre horrores inimaginables —declaró con intensidad—, pero en medio de esta maldad también he sido testigo de destellos de luz, pequeños oasis de esperanza en la oscuridad infernal —relató con nostalgia—. He visto cómo los más temibles han cambiado sus corazones, llevando alegría a los pecadores para aliviar su tormento en el infierno. Mi gente se ama y se cuida entre sí. Les aseguro que si le dan una oportunidad más a mi padre, podrán ver la bondad que hay en su interior, la misma que ha tocado los corazones de nuestros súbditos infernales.

Angel estaba sentado junto a Charlie en la limusina, vistiendo una elegante camisa blanca adornada con volantes y perlas falsas, junto a un pantalón de vestir negro y botas de tacón rosadas. Escuchaba a la Princesa con suma atención, sus piernas cruzadas con la misma sensualidad de siempre, su personalidad naturalmente coqueta.

Su amiga de adorables ojos rojos le había pedido escuchar uno de los discursos que tenía preparado para el cielo y darle su opinión.

Inhaló profundamente.

—Muy cursi para mi gusto —se sinceró—. No es por ofender, cariño, pero si el cielo no ha perdonado a tu papá desde el inicio de la vida en la tierra, ¿qué te hace pensar que lo hará ahora?

Oír eso fue duro para Charlie, quien hizo un puchero. Quería creerlo. Sabía cuánto su padre extrañaba vivir en el cielo y lo mucho que le hería ver tanta maldad y caos a diario.

—Mi papá es algo orgulloso, tal vez nunca ha pedido una oportunidad y por eso el cielo no lo ha considerado.

Angel medio sonrió, negando con la cabeza.

—Es un buen discurso, Princesita.

Una sonrisa volvió a aparecer en el rostro de Charlie.

Las colosales puertas de oro que conectaban al cielo con el infierno se abrieron, tan grandes y altas que se podían ver desde el otro lado de la ciudad. Una emoción enorme creció dentro de ella.

Aunque su emoción era poca si se comparaba con la de Angel, cuyo corazón empezó a latir con fuerza y soltó un grito agudo de entusiasmo. Tomó a Charlie por los brazos y sonrió ampliamente. El chofer se detuvo justo enfrente de más puertas. El dúo de jóvenes se bajó con entusiasmo.

Esta era la primera vez que Charlie saldría del infierno; por fin vería algo más. Sí, amaba su hogar y su gente, pero la curiosidad la llenaba de gozo al verse a punto de descubrir algo totalmente nuevo para ella.

Angel le ofreció su mano a su fiel amiga, quien la tomó con entusiasmo, y ambos entraron en aquel camino de radiante luz que los envolvió. Apenas pusieron un pie adentro, las puertas se cerraron dramática y lentamente.

Los pasos de ambos resonaban por el lugar como un eco de su creciente confusión. No había nada, ni nadie. Sólo luz blanca y radiante que les quemaba las retinas.

—Sus nombres, por favor —una voz andrógina vino de todas direcciones.

U-uh. Charlie Morningstar, Princesa del Infierno.

—¿Morningstar? —una voz distinta interrumpió.

—Es la hija de Lucifer —respondió ahora una voz aguda.

Varias voces parecían descordadas, ambos demonios voltearon a verse. Muchos murmullos les hicieron incomodar. Lentamente, la luz fue desapareciendo, dejando ver la magnificencia de enormes edificios de colores claros y largas calles de oro, la claridad y belleza del cielo en todo su esplendor. Las personas caminaban con una calma absoluta, reían con libertad, parecían tranquilas. La paz del ambiente los rodeaba con un cálido y amoroso abrazo. Charlie podía entender porque su padre extrañaba ese lugar, era precioso, la apariencia de las almas humanas no eran grotescas como en la mayoría de los pecadores, sino que lucían gentiles y amables. La actitud de los residentes del cielo denotaba inocencia.

Ángeles Caídos|| Hazbin HotelWhere stories live. Discover now