Capítulo 9: La audiencia

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Probablemente Charlie nunca se había sentido tan culpable como en ese momento; su corazón estaba roto en miles de pedazos al escuchar el llanto de Angel, quien se había encerrado en el baño de la habitación que Sera les había brindado para esperar.

Las lágrimas brotaban de los ojos de Angel en litros; el dolor de su alma afligida solo se acumulaba sobre él, haciéndolo sentir miserable. La culpa que lo había estado atormentando desde hace años relucía con más fuerza que nunca. El rechazo de su hermana, por breve que haya sido, había sido suficiente para quebrarlo por completo. Merecía el castigo en el infierno, lo aceptaba; entendía el desprecio de Molly, pero le dolía de una manera que jamás creyó podría llegar a dolerle. Ni siquiera le dejó hablar.

Era tonto pensar que podría merecer el perdón de Molly; era ingenuo creer que ella siquiera lo consideraba aún como hermano. Había cometido un gran error; era obvio que las cosas no se solucionarían con un simple perdón. Ni siquiera la eternidad sería tiempo suficiente para redimir sus actos; por eso acabó en el infierno. Tapó su rostro con una sola mano.

Charlie suspiró con pesar; Angel se había encerrado en el baño y dudaba mucho que saliera pronto.

La puerta se abrió, y un muchacho alto y de complexión mediana se hizo presente en la habitación. Su cabello rizado y despeinado le daba un aire de inocencia y pureza a su apariencia.

Hizo una educada reverencia ante la Princesa del Infierno.

—Su audiencia la espera, Princesa —fue cortés y formal—. Se me ha encomendado escoltarla.

Charlie se acercó a la puerta del baño, colocando su mano sobre esta.

—Angel, sé que necesitas un momento —le dijo ella a su amigo—. Iré a mi reunión y cuando regrese podemos hablar, si quieres.

No hubo respuesta; suspiró nuevamente y se alejó. Tomó un montón de papeles que traía consigo y siguió al muchacho por los largos pasillos azules. Todo en el cielo era de colores fríos y claros, dando una apariencia armoniosa al lugar.

Llegaron a una sala de altas paredes, con balcones llenos de ángeles, querubines y serafines. Maravillosas criaturas celestiales cuyas apariencias dejaron a Charlie con la boca abierta. La serafín que los recibió estaba ahí, en el balcón más alto, con la mirada atenta en ella. Mirándola seria y distante, Charlie sonrió con incomodidad y notorio nerviosismo; no esperaba tanta gente.

La líder de los serafines se aclaró la garganta con un tono que cortaba el aire como una hoja afilada.

—Todos sabemos por qué estamos aquí —sus palabras resonaron con una intensidad helada, infundiendo temor en el ambiente—. Así que, joven Morningstar, ¿por qué deberíamos abstenernos de atacar después de que tu padre, Lucifer, agrediera a un grupo de nuestros exterminadores?

—Eso no fue una obra de mi padre —respondió ella de inmediato—, él jamás haría algo como eso —aseguró.

La líder de los serafines estrechó los ojos, evaluando las palabras de la Princesa, parecía no creerle del todo. La analizaba, tal vez más de lo necesario.

—¿Y cómo estar seguro de eso? —preguntó ella con voz gélida— ¿Tienes pruebas acaso?

Bajó la mirada, avergonzada.

—No, pero sé qué clase de persona es mi padre—sonrió para sí misma, la seguridad creciendo dentro de ella. Dentró de la inmensidad de escritos tenía una foto de su papá que no dudo en mostrar—. Es un hombre gentil que jamás lastimaría a nadie sin razón y nunca sale durante los días de exterminio. Y aunque él haya sido el responsable—cosa que sabía, no era así—, sería injusto para las almas humanas que residen en el infierno ser las víctimas de las consecuencias de algo que ellos no hicieron.

Ángeles Caídos|| Hazbin HotelWhere stories live. Discover now