Capítulo 7

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—Eso que escuchaste, te organizamos una cita a ciegas

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—Eso que escuchaste, te organizamos una cita a ciegas.

—No seas mamón.

—Te lo juro, Donovan.

—¿Tú y quién más?

—Tu hermana.

—Y como, ¿Por qué?

—Porque necesitas a alguien hermanito, eres un gruñón últimamente —Mi hermana se metió a nuestra conversación como si también fuera suya.

—Sí, ella tiene razón... Tú no eras así.

—¿Y creen que una chica lo solucionaría?

—El sexo lo puede todo, o eso dicen los chicos...

—Que hombres tan sabios...

—Dejen de ser un par de imbéciles.

—De verdad Donovan es por tu bien.

—Okey, okey, está bien.

Ahí me puse de pie y me organicé un poco... Me coloqué un pantalón tipo jogger relajado y una camisa negra, de accesorios una cadena de plata que me regaló mi madre y un reloj.

Era de noche así que tomé una de mis tantas chaquetas de Ferrari y me la coloqué para irme, pienso dejarle las cosas en claro a esa chica y regresar, pobre... La ilusionaron para nada.

Par de idiotas, están hechos el uno para el otro.

Empiezo a conducir y me dirijo hacia el lugar que mi hermana me envió, estoy usando el GPS para guiarme, sigo pensando en esa chica...

Todo va a ser una ilusión, si no odiaba a los hombres ahora los va a odiar.

Llegué al lugar indicado, me aparqué y me bajé de mi auto para ir hacia la entrada.

El lugar era uno de los tantos sitios elegantes de comida italiana.

Un lugar básico, pero seguro, yo la llevaría a comer Sushi o algo así para probar si verdaderamente tienen buenos gustos en la comida —Es mi comida favorita—.

Entré y empecé a buscar a una chica con las características que me enviaron.

Vestido verde esmeralda corto, pelo negro recogido y piel morena... Bingo.

—Hola, lo siento todo esto fue un... —La chica volteó a mirarme, ojos de fuego, es ella—. Juno...

—¿Cuándo viene tu hermana?

—¿Eres tú mi cita?

—¿Qué carajos? —Su celular empieza a vibrar, una llamada...

La persona detrás del teléfono estoy seguro que era mi hermana, explicándole todo lo que sucedía y diciéndole que hoy tendríamos una cita ella y yo.

—No tendré una cita contigo.

—Yo menos, que asco.

—¡Algo en común, que genial! —El sarcasmo en su voz era notable y al instante me reí.

—Luces hermosa.

—Gracias, tú no estás mal —Su sonrisa hizo que dos hoyuelos hermosos se formaran en sus cachetes...

—¿Qué tienes ahí?

—¿Eh? ¿Dónde?

—En tu cachete Juno.

—Es una marca normal... Sufro de algo llamado púrpura trombocitopénica idiopática.

—No me creas imbécil, mi mamá sufría de eso y no le aparecían marcas tan feas, dime ¿Quién carajos se atrevió a tocarte? ¿Quién te hizo eso?

—No es de tu incumbencia, ¿Okey?

—No, si lo es porque si alguien te va a lastimar el único que tiene derecho a hacerlo soy yo —Ella indignada se puso de pie y se fue, dejándome en completa intriga de lo que sucedía en su vida.

No he podido dormir, tengo que ser sincero, haberla visto así me ha carcomido la cabeza.

Saber que alguien la está dañando... No puedo permitirlo, si ella muere morirá por mis propias manos no por alguien más.

He tomado una decisión, si ella no me lo dirá lo descubriré yo mismo, hablaré con mi hermana.

—¿Quién lastima a Juno? —Dije de manera directa en el momento de entrar en la cocina.

—¿Volvió a hacerlo? Carajo, eso es malo...

—¿Quién es, Lucy?

—No soy yo la que debería decírtelo, Donnie, es ella.

—¿Quieres su bien o no?

—Si no te lo ha dicho es por algo, espera, ¿Te importa acaso?

—Si alguien va a lastimarla ese alguien seré yo.

—No serías capaz de tocarle ni un pelo.

—Exacto —La sonrisa de mi hermanita se afianzó, o no... Ahí viene, en 3... 2...

—¡Te gusta, Juno!

—Estás loca.

—No miento, de verdad te gusta.

—¿Estás siguiendo al pie de la letra al psiquiatra con las pastillas para la esquizofrenia? —Ella me dio un golpe y yo riéndome me alejé del lugar, es momento del plan b.

No quería recurrir a esto porque sería invadir su espacio, pero es esto o dejar que la sigan dañando quién sabe hasta qué punto.

Soy lo suficientemente inteligente como para saber cuándo y cómo parar, pero esta no es una ocasión, este juego de vida o muerte que ella juega sin mí no me gusta.

Llegué a su floristería, me bajé del auto y entré en ella, aproveché que ella estaba ocupada atrás y con disimulo empecé a poner las cámaras pequeñas en sitios estratégicos.

—¡Ya mismo lo atiendo!

Al escuchar eso revisé que todas las cámaras estuvieran en su sitio y me fui lo más rápido que pude.

Ojos de fuego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora