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...soy un bombero atrapado en una casa en llamas... Y no hay salida, excepto ver morir el amor entre nosotros...

Eso se llama el Ángel Caído.

Cuando Haerin despertó, sintió de inmediato la soledad.

No necesitaba confirmación. Una profunda parte de ella ya lo sabía, mucho antes de cerrar los ojos y rendirse ante el sueño: Danielle había huido. El pánico, ese leal compañero de la muchacha, la había impulsado a escapar.

Se sentó en la cama, apoyándose en la cabecera con la mirada perdida. A través de la ventana observó el cielo gris y plomizo, anunciando una próxima tormenta. Era un fiel reflejo de su propio estado.

¿Qué hacer ahora? ¿Llorar hasta vaciar su alma? ¿Torturarse más de lo vivido? Danielle jamás cambiaría, eso era una dura realidad que debía aceptar.

Aunque una lucha interna entre el amor y la razón podía ser bastante jodida, porque ¿cómo liberarse de la veneración? ¿Cómo podía dejar de sentir esa necesidad de estar con ella, de escuchar su voz, de sentir su piel y respiración?

Luego de unos largos minutos, su filosofía, que no llegó a mucho, finalizó cuando se levantó del colchón, molesta consigo misma por llorar por alguien que, verdaderamente, no le merecía.

Lo mejor que podía hacer ahora era tomar una larga ducha para despejar su mente.

Sacó un pijama nuevo, sin intención de usar ropa incómoda, y se dirigió al baño.

Con la manilla en la mano, sus oídos captaron unos extraños sonidos que llamaron su atención. Abrió la puerta con rapidez y se encontró con Danielle arrodillada sobre el inodoro con las manos aferradas a este, soltando quejidos de dolor.

A pesar del aturdimiento y confusión, su cuerpo reaccionó de inmediato agachándose junto a Danielle, sosteniéndole el cabello para que el vómito no le manchara más.

—Ha... Haerin —murmuró con dificultad—. Lo siento, no quería... Me desperté y...

—Está bien, está bien —respondió, acariciándole la espalda mientras el corazón se le encogía al verla tan mal. Llevaba vomitando no sabía hace cuánto, y lo peor es que parecía vomitar saliva, transparente, como si no hubiese comido nada en días.

Las ideas se arremolinaban en la mente de Haerin, atormentándola, pensando en lo peor.

La mayor pasó otra media hora devolviendo lo que sea que tenía en el cuerpo, y Haerin jamás la abandonó. Le trajo agua, una toalla para que se aseara y una nueva muda de ropa.

En ese momento, no importaba si Danielle la merecía o no. Lo único que importaba era que estaba enferma, que sufría, y que Haerin estaba allí para ayudarla.

La única certeza que inundaba el corazón de la menor era la necesidad de cuidar a la persona que amaba, sin importar las circunstancias.

—Debes tomar una ducha, Dani —dijo cuando por fin tiró la cadena, y esta comenzó a negar, sin creerse capaz de mantenerse de pie por mucho tiempo—. Por favor...

—Me caeré —sollozó.

Dándose vuelta, se aferró a la coreana, sollozando en silencio. El dolor en sus ojos era claro, pero también lo era el miedo. Kang la abrazó con fuerza, sintiendo que su interior se desgarraba en mil pedazos.

Heterocuriosa (al peo) | Daerin AUWo Geschichten leben. Entdecke jetzt