CAPÍTULO 12: EL ANGEL DE LA DESTRUCCIÓN

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Y fue así que Augusto, poco tiempo después de la cena, sin dar aún respuesta de si aceptaba o no, fue invitado a bajar por las profundidades de la mazmorra del bosque. Que en vez de ser un lugar para guardar prisioneros era en realidad una caverna ensanchada con poleas para que los centauros fácilmente pudieran descender. 

Cuando la luz del sol fue estrangulada por las paredes rocosas, un brillo diferente, verdoso y místico alumbró el camino. Eran pequeños puntos en el cielo de la caverna. Luego de atravesar un par de puentes y descender otros varios metros, la luz vino desde el suelo. Eran pozos de agua luminiscente, dentro de la que enormes peces nadaban de un lugar a otro. Hacía a Augusto preguntarse qué podría pasar si comiese alguno de aquellos peces y si eran tan venenosos como de sabrosos parecían.

“Esto que ves, joven humano. Es el nuevo cementerio. Aquí escoltamos a las ninfas del bosque. Y dentro del agua hay una ruta tan profunda y tan larga que solo una sirena podría encontrar el camino para descansar aquí. 

“¿Y por qué me muestras esto?” preguntó Augusto, receloso.

“Para que veas lo grave del asunto, humano. Así sabes que no es mentira. Estos pozos son aún más mágicos e inestables que los qué hay bajo tu hogar. Pozos que sé muy bien que has visto”.

“¿Y si no los ayudo… qué?”

El centauro se encogió de hombros, como si hubiera previsto aquella pregunta.

“No pretendo obligarte a nada, humano. Pero ten presente que si no actúas no solo tu reino estará perdido, sino el resto de reinos adyacentes. El bosque será todo lo que verás… si sobrevives”. 

“¿Crees que soy tan malvado como para destruir todo mi reino y a mi hermano? ¿Insinúas que mi corazón es tan negro como para anteponer al bien de la humanidad por sobre mi familia?” 

“Sé que podrías ponerte sentimental a mitad del camino –dijo el anciano patriarca–. Por ello te brindaré un regalo”. La mano del centauro tomó de la oscuridad una larga vara con un cuenco en la punta. La estiró y la metió en uno de los pozos brillantes y le ofreció al muchacho beber. “El agua de este pozo entumece el alma y el sentir. Serás plenamente consciente de tus actos en cada momento, pero sin el velo de las emociones controlando tu juicio. Bebe, y tendrás la cabeza fría necesaria para llevar a cabo la tarea. Bebe y salva a tu raza. Puedo ver la oscuridad en tí, solo te hace falta un empujón para lograr todo lo que deseas. 

Y fue tan tentador… que Augusto tuvo que rechazarlo con una negación de cabeza.

“Por mucho que deteste a mi hermano ahora… no puedo dejarme llevar por lo que un viejo de 4 patas me diga. He hecho cosas despreciables pero… quizás, dejar que los hombres sufran miserablemente sea una de las menos viles”.

El anciano no se inmutó. Asintió solemne y, en vez de devolver el agua al pozo, la vertió en un frasco de cristal que le entregó a Augusto.

“Si cambias de opinión y decides hacer lo correcto, bebe, y sálvalos a todos, sálvalos… con destrucción”. 

EL PRINCIPITO MALVADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora