EPILOGO

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Erase una vez un lugar muy lejano; aquí había ruinas y cuerpos de gente quemada. Hacía muchas lunas se rumoraba que un reino próspero fue asolado por la guerra y el fuego. 

De las cenizas pronto nacieron las flores. Y un día, ninfas de todo el mundo empezaron a llegar al lugar. Sacaron la tierra. 

Las sirenas también empezaron a hacer sus visitas. Y una a una empezaron a morir. Las ninfas se convertían en agua cristalina, ésta era absorbida por el suelo y se filtraba a las profundidades. Empezaron a llegar más y más seres de los ya mencionados y nuevamente el lugar empezó a tener pozos de agua. Agua rara, dicen algunos, pues cosas misteriosas pasaban a aquellos que bebían de estas o se bañaban. 

Muchas personas empezaron a temer ir allí. Pues el aura que rodeaba todo era muy extraña. Algunos dicen haber visto los fantasmas calcinados de los normales que hace tanto saquearon el castillo. Pronto nadie recordaría quién vivió ahí.

Apartado de este sitio mágico, que se fortalecía cada día, el bosque de los pinos altos empezó a retroceder. Los árboles, que se decía le hacían cosquillas al cielo empezaron a morir. Las plantas enormes se redujeron de tamaño con forme pasaban los meses, y a los pocos años, parecía un bosque normal; con la singular excepción de que muchos seres misteriosos seguían usándolo como refugio. 

En uno de los lindes del bosque, medianamente cerca del poblado Vulgar, lugar que antes fue conocido como Reino de los Normales antes de la gran revuelta, vivía un muchacho de pelo oscuro. Con mucho esfuerzo logró construir su hogar ahí, y tuvo mucha suerte de que los centauros aceptaran su estadía con la condición de que no trajera a nadie nunca consigo. Y así lo cumplió. 

El muchacho tenía una granja, con algunos animales y varios cultivos que luego cosechaba para venderlos en el poblado. Era solitario, pero algunos podrían decir que era feliz… aunque alguien sabía la verdad, detrás de la sonrisa con la que vendía sus verduras había cierto dejo de tristeza. Y a veces, ojeras por la falta de sueño. 

El muchacho era atormentado, de vez en cuando, con pesadillas, que eran más bien recuerdos. Recuerdos de su hermano y de las últimas palabras que le escuchó decir. Y en medio de la oscura noche, cuando los muebles rechinan, se preguntaba… ¿Qué hubiera pasado si lo hubiera perdonado?

Poco sospechaba el joven que su soledad no era tan solitaria después de todo. Porque entre los árboles, en la copa, oculto en las ramas, era observado por un joven niño de rizos rubios. Quién jamás tendría el valor para acercarse a hablarle, bien por vergüenza, bien por no querer echar sal en viejas heridas. 

Un día cualquiera, el niño ve alejarse al muchacho, y cuando se disponía a saltar de un árbol a otro, de pronto, una rama se partió; y este cayó al vacío.

Al caer, se rompió el cuello, los huesos de las piernas y un brazo. Sintió un intenso dolor, tan intenso que perdió la conciencia. Y aún dormido notó el rechinar de sus articulaciones volviendo a su lugar, el de la piel volviendo a crecer, el de los huesos soldándoselo como si no hubiera pasado nada. 

No importaba lo que le pase, cuantas veces cayera, cuantas se quemase, cuantas se ahogue o cuantas pierda partes de sí mismo; él siempre vuelve a su estado anterior. Los años en él no transcurrían con normalidad, siempre estaba igual. Ni el tiempo ni el peligro lograrían acabar con él. Y esto, lejos de darle una inmensa confianza y seguridad, lo sumergía en una temible pesadumbre. Jamás llegaría a anciano, ni moriría plácidamente, ni conocería los achaques de la edad. 

Cuando regresó con el lider centauro para pedirle auxilio, el patriarca no supo cómo ayudarlo; solo le explicó que, como había caído en el pozo más profundo y antiguo que existía, la magia más ancestral lo había bendecido con la inmortalidad. De modo que en lugar de sentirse preocupado, debería sentirse bendecido, puesto que tenía la espada invencible en su poder y la imposibilidad de morir, el mundo estaba a sus pies si lo quería. 

Pero el chico no quería el mundo, ya no sabía lo que quería. Y por mucho tiempo no lo supo, hasta que encontró a su hermano vagando por el bosque, intentando construir una cabaña. Quiso hablarle, por años quizá hablarle, pero jamás tuvo el valor. 

Así que se fue. Viajó por el mundo, vivió aventuras, conoció a los hijos de la bardo y fue su huésped por un tiempo. Y luego de muchas aventuras, de muchas muertes, de mucha fortuna amasada y guardada, se encontraba tremendamente aburrido. 

Así que se dedicó a ver cómo le iba a su hermano. 

Cuando despertó de su caída, no estaba en el frío bosque, a la intemperie, con un oso comiendo su pierna. Estaba en una cama sencilla, junto a la chimenea. Calentito y confortable. Y junto a él, sentado en un taburete rudimentario estaba un hombre que le sonreía; y lo reconoció de inmediato. 

“Han pasado muchas lunas, demasiadas” dijole el hombre “Y no has cambiado nada”.

“Por dentro sí que lo he hecho” replicó el otro.

“¿Alguna vez podrás perdonarme por arrojarte al vacío?”

“De eso no te tienes que preocupar… Yo habría hecho lo mismo contigo”. 

“Augusto”.

“Aines…”

“¿Estás maldito aún después de tanto tiempo? Veo en tu cara que has sufrido mucho”.

“El sufrimiento eterno jamás compensará lo que te hice”. Replicó el otro “Pero tener todo el tiempo del mundo sirve para algo”.

“Augusto. Temo que si me duermo, ya no estés y hayas sido nada más que un fantasma que encontré en el bosque”.

“Quizá lo soy” replicó este, asomando una sonrisa “quizá siempre lo seré para ti. 

“Augusto…”

“Aines…”

“¿Podrías hacer que el tiempo vuelva atrás para no cometer tantos errores?”

“Nadie puede” respondió el otro “Pero podemos vivir el ahora. Que parece eterno… yo siempre vivo el ahora”.

Y así, en una cabaña del bosque mágico, ambos hermanos, separados por el poder, la codicia y el honor… empezaron a llevarse bien. 


NOTA DEL AUTOR:

Acabar de disfrutar una producción de Mike Fancy Stories. Espero te haya gustado. Gracias nuevamente por leer.
Hasta la siguiente emisión.

EL PRINCIPITO MALVADOTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon