11. Saikre-Ritan

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Wendy acarició las cortinas de seda azul que ahora colgaban de las ventanas de sus aposentos de la Torre Sur

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Wendy acarició las cortinas de seda azul que ahora colgaban de las ventanas de sus aposentos de la Torre Sur. Solo había tocado una tela así en su boda, pues su vestido, obsequio de lord Lovelace en persona, era por completo de seda.

Recordó lo honrada que se había sentido ante el presente, ignorando que lo único que deseaba ese hombre era destrozar la tela para llegar a su piel y manchar el tejido blanco con su sangre.

Sus uñas se clavaron en las cortinas y tiró bruscamente. La seda dejó escapar un largo lamento al rasgarse.

Aquello no la hizo sentirse mejor.

Wendy estaba furiosa. Había permanecido encerrada en esa torre durante dos semanas con una excusa muy pobre por parte de William. Entendía que ahora era peligrosa, ¿pero era necesario que permaneciera en sus aposentos día y noche? El lujo que ahora la rodeaba no llenaba su vacío; incluso lamentaba tener sirvientes que hicieran todo por ella, sin ellos al menos tendría algo con lo que distraerse. Jamás pensó que llegaría el día en que tuviera a gente ocupándose de todas y cada una de sus necesidades, y mucho menos que lo detestara.

Furiosa, se puso en pie y agarró la última copa vacía de sangre que William le había traído y la lanzó contra la pared. El metal tintineo contra la roca y rebotó sobre la alfombra hasta que se detuvo dando un último giro sobre sí misma.

Se dejó caer al suelo y sollozó como una niña. Aquella situación le hacía pensar en los cuentos que su madre le relataba acompañada por el crepitar de la chimenea. Eran historias de princesas encerradas en torres. Pero Wendolyn no era una princesa, era una criatura sedienta de sangre y ningún caballero acudiría a su rescate.

Sangre... La ansiaba de nuevo.

William le dijo que con el tiempo lograría controlar su sed, pero, a pesar de que había aumentado su dosis, esta no había menguado. Lo peor era que sin algo con lo que ocupar las horas, no lograba distraerse del ardor en su garganta.

Con un gemido desesperado, hincó los dientes en el interior de su muñeca y saboreó su sangre. Sabía que era absurdo lo que estaba haciendo, pero no pudo evitar tragar.

Durante unos segundos, se sintió mejor. Quizás la culpa no era suya sino de William que no le daba la cantidad que necesitaba. Entonces sintió una fuerte arcada que logró controlar a duras penas. Después vino otra y no pudo evitar vomitar.

Restos de alimento sólido y sangre mancharon la piedra gris justo en el momento en que escuchaba el mecanismo de la cerradura y el ruido de unas botas contra el suelo.

—¡Wendolyn! —exclamó Iván acercándose rápidamente a ella.

Con el cuerpo inclinado hacia delante, entrevió al joven a través de los mechones de su melena despeinada.

—Vete... —musitó con un hilo de voz. Lo que menos necesitaba en ese momento era público.

—Permitidme al menos acercaros la palangana de agua.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Where stories live. Discover now