44. Lealtad (parte 1)

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Desde que Raymond hiciera su aparición en el Templo de Olova, la tensión y la expectación se había apoderado de la orden

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Desde que Raymond hiciera su aparición en el Templo de Olova, la tensión y la expectación se había apoderado de la orden. Había quienes lo consideraban una antigua gloria cuya postura extremista no tenía cabida en tiempos de paz; otros, sin embargo, estaban de acuerdo con que los mirlaj se habían debilitado desde la firma del tratado, dejando indefensa a la humanidad.

Y en medio de ambos bandos se encontraba Iván, su nieto, un desertor y el hijo de una traidora.

Había perdido la cuenta de los dedos que lo señalaban y aprendido a ignorar las miradas acusatorias o las veces que lo llamaban traidor sin molestarse en susurrar. Teniendo en cuenta que el procedimiento habitual habría sido ejecutarlo, le daba igual lo que dijeran a sus espaldas. Él se limitaba a acompañar a su abuelo allí donde fuera y observar cómo buscaba apoyos para su causa.

Como parte de su nueva rutina, Iván abandonó sus austeras dependencias al amanecer y salió en busca de Raymond. Sin embargo, pronto se percató de que algo no marchaba bien cuando vio a varios mirlaj correr por el claustro mayor del templo. Murmuraban entre ellos, con gestos graves y preocupados.

En su camino hacia el refectorio para desayunar, se topó con escenas similares, pero supo que algo iba realmente mal cuando vio a los fierat correr. No era propio de los forjadores de armas ámbar abandonar las fraguas o el santuario donde estaba el mirlakrim.

Se percató de que todos se dirigían a la sala capitular, seguramente convocados por la Gran Maestra y se dispuso a seguirlos, pero fue interceptado por su abuelo.

—Te he estado buscando —le dijo agarrándolo del hombro.

—¿Qué ha ocurrido? Todos están alterados.

—Ha ocurrido lo que cabía de esperar —contestó Raymond mientras caminaban hacia el lugar de reunión—. Su falsa paz se ha roto y no saben qué hacer.

Aunque sus palabras no profetizaban nada bueno, las cicatrices de su rostro se torcieron cuando sonrió.

Iván sintió un escalofrío.

—¿Qué ha ocurrido? —repitió.

—Han asesinado a Anghelika y estos imbéciles —señaló a los mirlaj que corrían— han sumado dos más dos y comprendido que es el fin del tratado.

Su nieto se detuvo en seco, horrorizado.

—¿Qué? —exclamó.

—Lo que oyes. Y no solo eso: William Hannelor es el el principal sospechoso.

Iván sintió que su corazón se saltaba un latido. Por un momento, su mente se quedó en blanco. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Qué había pasado en Dragosta? ¿En qué se había metido William? ¿Qué había sido de Wendy?

Raymond lo observó de forma perspicaz, como si intentara leerle la mente, antes de reiniciar la marcha.

—No me interesa si tiene motivos o si perdió la cabeza, lo único que me importa es convencer a estos necios de que soy su mejor opción. Necesitan a alguien que sepa lo que hace al mando de la orden —dijo tras dejar atrás una estatua de Mirla—. Lo primero será reanudar el programa de entrenamiento previo al tratado y aprovechar la desestabilidad de Vasilia para capturar algunos vampiros en la frontera: la única forma de aprender a matar a esos monstruos, es peleando contra ellos.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Where stories live. Discover now