¡YA EN FISICO!
Tras escapar de las garras de su señor, Wendy solo piensa en vengarse. Al borde de la muerte, acepta la oferta de un vampiro a cambio de su alma.
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Elliot estaba tan cansado tras su noche en el burdel, que no despertó hasta mediodía. Tras un apresurado almuerzo en la posada donde se alojaba, visitó a Ratza-Mûn en los establos. Relinchaba y movía la cabeza de forma, lo que le hizo saber que estaba inquieto. Aunque lloviznaba, decidió salir con él a pasear para que estirara las patas.
Las calles estaban más vacías que el día anterior y nadie se fijó en ellos. Abandonaron Trebana hacia el norte, hasta las playas. Allí dieron con una cala vacía donde cabalgar sin que nadie los molestara.
Fue agradable y le ayudó a evadirse de los problemas.
Cuando regresaron, aprovechó para pasar por el puerto y preguntar si había algún barco de pescadores donde trabajar. Prefería eso antes que unirse a una tripulación pirata, pero no tuvo suerte. Se dirigió entonces al Distrito de los Almacenes y los Astilleros, pero en cuanto vieron sus manos tersas y poco acostumbradas al trabajo, le negaron un oficio.
Solo restaba el Distrito del Comercio donde vendían todo tipo de mercancía robada y tampoco era lugar para él.
Regresó con Ratza-Mûn a la posada cuando comenzó a oscurecer. Subió a su habitación para asearse y volvió a salir rumbo al burdel de Milena.
La Dama Costera estaba más lleno que la noche anterior. Elliot supuso que se debía a "la carne fresca" que oyó mencionar a unos hombres. Un eufemismo para referirse a la reciente venta de esclavos.
Con una mueca de desprecio, se abrió paso hasta la barra y llamó la atención de una camarera.
—¿Sabéis dónde puedo encontrar a Milena?
Asintió y salió en su busca. Apenas unos minutos después, la vio aparecer sonriente tras la barra. Se recogió la falda y saltó al otro lado.
—¿Me buscabais?
—Así es. ¿Disponéis de un lugar más privado para hablar? —preguntó dejando a un lado su bebida.
Ella lo miró divertida.
—Estáis en un burdel; este lugar está lleno de lugares privados. Seguidme —dijo tomándolo de la mano.
Lo guio escaleras arriba hasta el segundo piso. Tal y como sospechó en su primera visita, allí se encontraban las alcobas.
Se esforzó por ignorar los gemidos de placer que le llegaban debido a su oído privilegiado, pero le fue imposible.
Cuando al fin se detuvieron, Milena lo invitó a pasar a una de las habitaciones. Era pequeña y recargada, además olía a perfume barato. La cama con dosel estaba llena de cojines de terciopelo; el suelo de madera estaba cubierto de alfombras; y había un diván donde Milena fue directa a tumbarse.
—Aquí podremos hablar con calma, poneos cómodo.
—No me quedaré demasiado. Solo quiero saber si averiguasteis algo acerca de Gabriela.