22. La Reina de Hielo

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El cuervo sobrevoló las laberínticas calles de Dragosta que poco a poco se sumía en las sombras

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El cuervo sobrevoló las laberínticas calles de Dragosta que poco a poco se sumía en las sombras. Al contrario de otras ciudades, la capital de Vasilia despertaba con la llegada de la noche.

El ave detuvo el batir de sus alas negras y aprovechó una corriente de aire para elevarse. Desde lo alto divisó el palacio real, una muestra del poder y el lujo del reino vampírico. Así lo quiso su fundador que también la bautizó en su nombre: Drago el Sanguinario. No había nada en toda Skhädell que pudiera competir con su esplendor y su brillo dorado atrajo al cuervo como una polilla hacia la luz.

Se posó en el alféizar de la torre más alta y se asomó al interior. Al otro lado había una sala circular coronada por una cúpula. Una mesa alargada ocupaba el centro y en ella había diez sillas tan ricamente decoradas, que parecían tronos.

Los asientos estuvieron vacíos hasta que el último rayo de sol se ocultó en el horizonte. Entonces, la puerta doble se abrió y por ella entraron nueve vampiros, todos ataviados con sus mejores galas hechas de encaje, satén y terciopelo. Para mayor muestra de su estatus, portaban joyas relucientes.

Eran más que nobles, eran cancilleres que formaban parte del Consejo Real. En él representaban a las familias más antiguas, aquellas cuyos ancestros se convirtieron en los primeros vampiros creados por Drago y Anghelika. Todos fueron reyes y nobles de la antigua Vasilia que se postraron a los pies de los dos hermanos. Unos lo hicieron para obtener la vida eterna; otros para que los libraran del terror de los licántropos.

Uno a uno ocuparon su silla y solo quedó vacía la cabecera. A pesar de tener la eternidad por delante, estaban impacientes por que llegara la reina. No tuvieron que esperar demasiado: Anghelika atravesó el umbral poco después y todos se pusieron en pie para hacer una reverencia.

No la apodaban la Reina de Hielo por nada. Su larga melena rubia era tan clara, que parecía hecha de plata; su piel era pálida como las primeras nieves; y sus ojos azules como Trastarys, el mar siempre congelado. La frialdad de su apariencia se veía acentuada por sus vestidos blancos. Eran tiempos de paz y pocos la recordaban portando su armadura y cubierta de sangre.

Cuando ocupó su silla en la cabecera, los vampiros tomaron asiento y los guardias cerraron las puertas. Nadie más que los miembros del consejo podía estar al tanto de lo que se discutía en esa sala. Allí se concentraba el poder del reino conformado por siete estirpes nobles y tres reales.

Comenzaron con la orden de la noche, repasando los puntos más importantes del reino. El Consejo Real tenía apenas unas décadas de existencia y su función aún no estaba clara para los ciudadanos que estaban acostumbrados a Drago, un monarca absolutista. Cuando Anghelika ocupó el trono tras su muerte, inició el reinado del linaje Anghel y tuvo que ceder parte de su poder a los nobles para ganar su apoyo.

A veces se arrepentía. Sobre todo cuando Egon Valanesku hablaba:

—¡El Tratado de Paz es débil, tanto como Svetlïa! Y su debilidad nos está infectando.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Where stories live. Discover now