45. Travesía al Ocaso

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Las olas se estrellaban contra el casco de madera dejando rastros de espuma blanca

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Las olas se estrellaban contra el casco de madera dejando rastros de espuma blanca. El aire olía a salitre, el viento soplaba suavemente y, por primera vez en semanas, el cielo estaba totalmente despejado.

Elliot admiraba a La Viuda encaramado al mástil mayor. Las velas negras se hinchaban impulsando la fragata y, en la cubierta, la tripulación de Nova se movía eficaz como el mecanismo de un reloj.

—¡Preciosa, ¿verdad?! —exclamó la capitana mirándolo desde abajo.

El joven se deslizó ágilmente hasta el suelo situándose a su lado.

—Es magnífica.

Nova sonrió con orgullo.

—Lo es. Esperemos que no acabe en el fondo del mar...

Esa era la preocupación de Elliot y todos los que viajaban en la fragata. No ayudaba que en Wirna abundaran los relatos del terrible destino que enfrentaban las embarcaciones que se acercaban demasiado al Fin del Mundo, como era su caso. Por ello, era de vital importancia que tomaran las corrientes correctas o desaparecerían para jamás regresar.

Por otro lado, Elliot no podía evitar pensar que, si lo peor ocurría, podría al fin averiguar qué había más allá. Antes de transformarse en vampiro, había supuesto casi una obsesión para él.

—Disfrutemos del mar en calma mientras podamos —continuó la capitana Hurwood. Disponemos de algo más de una semana libre de peligro, después las mareas empeorarán.

—Sí —corroboró Elliot—. Dicen que cerca del Fin del Mundo el cielo siempre anuncia tormenta y el mar está cubierto de niebla.

Nova lo miró con admiración.

—Parece que no eres un completo ignorante...

—En Wirna sabemos mucho acerca del Fin del Mundo gracias a Acair, uno de nuestros últimos reyes antes de que nos uniéramos para formar Svetlïa.

—Querrás decir, uno de tus antepasados —lo corrigió la pirata, divertida.

Elliot la miró pero no confirmó ni negó nada. A fin de cuentas, Gabriela ya le reveló su identidad.

Nova Hurwood sonrió antes de marcharse a su camarote mientras su tripulación trabajaba a destajo en la cubierta. El motivo era que disponían de menos integrantes de lo habitual. El sol que rara vez brillaba en Skhädell, era el responsable de que los vampiros se hubieran recluido en la bodega.

Todos menos dos.

Mathilde paseaba por la cubierta con sus rizos rubios brillando como el oro cuando la luz incidía sobre ellos. Los piratas miraban con extrañeza a la niña de aspecto angelical que no encajaba en ese lugar, sin embargo, apartaban la vista en cuanto ella clavaba sus ojos fríos en ellos: sentían miedo, pero no sabían por qué.

Mathilde se percató de que Elliot la miraba y dirigió sus pasos hacia él mientras esbozaba una siniestra sonrisa.

—Son realmente útiles, ¿verdad? —preguntó señalando el brazo donde portaba el brazalete de nikté. Elliot se limitó a asentir—. Qué detalle por parte de William prestártela.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Onde histórias criam vida. Descubra agora