36. El baile de los malditos

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Wendolyn despertó entre sábanas de seda, almohadas rellenas de plumas y rodeada del más exquisito lujo

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Wendolyn despertó entre sábanas de seda, almohadas rellenas de plumas y rodeada del más exquisito lujo. Sus ojos contemplaron maravillados lo que no pudo a su llegada debido al cansancio y su preocupación por William.

Le picaban las manos deseosas de tocarlo todo y se levantó emocionada. La camisa que cubría su desnudez cayó ocultando sus piernas. Apenas recordaba haberse quitado el vestido que ahora estaba arrugado en el suelo.

Lo primero que rozaron sus dedos fue la superficie pulida de una mesa de roble con incrustaciones doradas; después acariciaron la superficie de un huevo enjoyado y sus ojos se maravillaron ante los destellos de las piedras preciosas. Jamás había visto algo tan hermoso dejado de cualquier manera sobre la mesa.

Continuó explorando sus nuevos aposentos, fascinada por los materiales de alta calidad que habían empleado. Los muebles y el suelo eran de madera maciza del Bosque de los Espejos, al sur de Vasilia; y tanto la seda como el terciopelo eran los mejores de toda Skhädell.

Salió de su trance cuando escuchó que llamaban a la puerta. Se giró hacia la entrada y preguntó:

—¿William?

La voz que contestó no sonaba tras la entrada de sus aposentos:

—No, milady. Soy Alina, vuestra doncella.

—¿Mi doncella? —murmuró cada vez más confundida.

—Así es, lady Thatcher. ¿Puedo pasar? Debo ayudar a vestiros.

Con la boca abierta, Wendy se apresuró a contestar:

—Adelante —balbuceó.

Se abrió una puerta lateral disimulada con la decoración de la pared. Por ella entraron tres vampiras, las tres tenían el pelo recogido en una trenza y llevaban vestidos negros con detalles dorados que las señalaban como parte del servicio de palacio. Cerrando la pequeña comitiva, entró un joven cabizbajo, de cabello oscuro y ropa negra sin adornos. Llamaba la atención el grueso collar de cuero y metal que rodeaba su delgado cuello y, dada su actitud sumisa, Wendy adivinó que se trataba de un esclavo de sangre.

—El canciller nos ha puesto a su servicio —explicó Alina caminando con rapidez hacia su cama y depositando un precioso vestido tornasolado. Wendolyn jamás había visto algo tan hermoso, pero sabía que era una prenda digna de la realeza y ella ni siquiera era noble—. ¿Queréis desayunar antes o después del baño, milady?

Wendy miró al esclavo de reojo, preguntándose si él era el desayuno y si permanecería en el dormitorio mientras se lavaba.

—¡Oh! —exclamó Alina al verla enrojecer—. Espera fuera —le espetó al joven.

—Prefiero bañarme antes —contestó cuando se cerró la puerta.

La doncella asintió y la guio a una estancia cuyas paredes y suelo eran de mármol negro. Destacaba una bañera blanca sobre la que flotaba el vapor del agua caliente.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora