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LOUIS

Me tumbé junto a Harry y lo vi dormir. Parecía tan pacífico, tan tranquilo, que contradecía todo lo que habíamos sufrido en las últimas semanas.

Esa noche, después de que Harry hubiera compartido, recogimos juntos sus cosas y, sin hablar, me lo llevé a casa. Los perros estaban extasiados de verlo. El sentimiento era mutuo. Nos metimos juntos en la cama y hablamos.
Se abrió, me contó recuerdos más felices sobre Nadia y su infancia. Hablamos de mi trabajo y del hockey.

No hablamos del bebé.

Un día a la vez.

Sabía que tenía miedo, pero se enfrentaba a sus temores con valentía. Una noche llamó a su madre y habló con ella durante horas en la terraza. Cuando volvió dentro, tenía los ojos enrojecidos, pero parecía más tranquilo.

Intenté ocultarle todo lo relacionado con el embarazo, esforzándome por no asustarlo, pero una mañana entró en el cuarto de baño, donde yo colgaba silenciosamente la cabeza sobre el inodoro.

―Jesús. ―Se arrodilló a mi lado. Me recogió el cabello y me frotó la espalda mientras vomitaba. Luego se agachó frente a mí y me puso una compresa fría en la cara.

―Gracias. ―Me senté en el suelo, mirándolo.

―¿Siempre es tan malo?

―No siempre. Algunas mañanas son mejores que otras.

Esa noche, cuando llegué a casa del trabajo, había un montón de galletas saladas, ginger ale, caramelos de limón y un surtido de infusiones sobre la isla.

Harry hacía todo lo posible para mantenerme a salvo. Salía a pasear conmigo. Me acompañaba a hacer la compra y llevaba las bolsas. Una noche lo encontré investigando sobre pulsómetros fetales portátiles. Otro día llegó a casa con un tensiómetro portátil. Me compró un reloj inteligente para poder seguir mi frecuencia cardiaca en su teléfono. Cuando se iba de viaje, Shawn aparecía la noche anterior con la maleta y la jaula del gato en la mano.

―No tienes que seguir haciendo esto. ―Abrí la puerta de par en par para él e Ikea―. Podríamos decirle que te quedaste a dormir.

Se acercó y me dio un fuerte abrazo.
―Pensó que dirías eso, y me hizo prometer que no lo haríamos.

―Bueno, ¿qué pasa con tu vida? No puedes seguir cuidándome.

Me dedicó una sonrisa pícara.
―Tienes mejor comida en tu casa.

―¿Esa es tu línea de juego?

―Cuando mi vida se iba a la mierda y nada iba bien, era Harry el que aparecía en mi casa, me ayudaba a construir muebles y me tomaba el pulso. Haría cualquier cosa por él. Niall también lo haría.

Eso me hizo poner los ojos llorosos.
Así que, al final, no dije ni una palabra.

El chico estaba lidiando con sus miedos lo mejor que podía, así que no me burlé de él ni luché contra nada de eso. Me tomé en serio todas sus peticiones. Si me pedía que me tomara la tensión todas las mañanas, lo hacía. Si me llenaba la botella de agua, me la bebía entera.
Si quería llevarme la bolsa de la compra, que sólo pesaba un kilo, le dejaba.

Estaba a mi lado y eso era lo único que importaba.

Lo único que Harry se negó a hacer fue tocarme. Cada beso que yo intentaba profundizar, él se mantenía casto. Cuando me acercaba demasiado, apartaba su duro cuerpo del mío. Intenté seducirlo contoneándome en lencería. Sus ojos seguían mi cuerpo y sus erecciones eran más que evidentes, pero no se acercaba a mí.

That's The Way Love Goes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora