capitulo 40

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(𝑨𝒈𝒂𝒕𝒂 𝑹𝒐𝒔𝒔𝒕)

Y al final hice lo que me había propuesto, dormir en el sofá de la sala de estar. No hago nada productivo más que subir las escaleras para ir a mi oficina o mierda está casa no está hecha para mí pereza, cada cosa que necesito está fuera de mi alcance. Y eso me desanima más todavía.

Pero ahora en este momento además de dormir para escapar de mis pensamientos, lo que me ayuda es la televisión. Si puede ser malo pasar horas mirando al televisor pero, ¿Que más puedo hacer?.

Al menos es mejor distraerme que ponerme a pensar y terminar en una marea de llanto. Es algo bueno. Supongo. Ahora mismo estoy viendo una película que dura dos horas. ¡Si dos horas!. Antes me preguntaba porque hacían películas tan largas, algunas son buenas y otras simplemente son un asco.

Digamos que ahora agradezco de que existan, las buenas son muy escasas pero algo es algo. Me acompañan y no me siento tan sola. Estaba un poco distraída mirando atentamente la televisión cuando, el timbre resonó por toda la sala de estar opacando el sonido de la televisión. Los chicos se aseguraron de ponerlo para hacerme saber de sus presencias. Usualmente llegan en este horario todos los días.

Me levanté del sofá y me encamine hacia la puerta principal de la casa. Tome el picaporte con unas de mis manos y lo gire, la puerta se abrió lentamente. Tengo pereza de hacer esto.

Por fin la puerta se abrió por completo y las dos personas que esperaba estaban paradas en frente de la puerta sonriendo.

—¿Cómo está?, luna —saludo cortez Joaquín.

—Estoy bien —respondí.

—Queriamos presentarle a alguien —comento alex.

—¿Quien? —pregunte confundida.

Los dos hombres altos se hicieron a un lado dejando ver a una mujer algo alta, de mayor edad, con el cabello blanquecino debido a las canas, pocas arrugas en su rostro como si estuviera pisando los cuarenta. Una mujer hermosa y elegante. En el momento que nuestras miradas se encontraron ella me sonrió con tanto amor. Quería llorar pero me contuve con todas mis fuerzas.

Algo en ella me hacía sentir segura con su tranquilizadora presencia.

Es buena.

—Es un placer conocerte, luna, mi nombre es Ana —sus manos agarraron las mías con delicadeza.

—El placer es mío, Ana.

—¿Me dejarías pasar? —pregunto con cautela.

—Adelante.

Me hice a un lado para dejarla ingresar a mi casa, ella observo todo a su alrededor, y dijo en voz alta lo bonita y acogedora que era la casa. Pero le molesta la poca luz que hay en la habitación.

—Cariño como soy una mujer mayor, no puedo ver nada.

—Oh lo siento tanto —me disculpé.

Me apresuré a abrir las cortinas y la mujer, Ana, me ayudó con la tarea. Es una mujer muy buena. Otra vez logré ver sus ojos llenos de adoración por mí. Me hace sentir que no lo merezco. No merezco ese tipo de mirada. Otra vez estaba apunto de sumergirme en mis pesimistas pensamientos, pero Joaquín hablo.

—Ana es la ama de llaves de la mansión, ella quería quedarse y cuidar de usted, luna —explico.

—Si me lo permite —hablo Ana.

Que debería hacer, no creo que sea saludable para ella estar con una mujer tan triste como yo, al menos no ahora, pero no quiero estar sola con mis pensamientos autodestructivos.

—Eso me gustaría —exprese automáticamente.

Su boca dibuja al instante una enorme sonrisa. Tan radiante. Los chicos también se veían felices. Al final se despidieron y se retiraron dejándome a solas con Ana.

—Cariño, ¿Quieres mostrarme la casa?.

—Si, yo te guío.

Ana se colocó aún lado de mí, y juntas subimos las escaleras, deje atrás la película que hace un momento me mantiene en el sofá, y decidí mostrarle la habitación, al momento de entrar Ana admiro el enorme ventanal con terraza.

—¿Por qué no duermes en tu cama? —pregunto.

—Es que... Es difícil.

—Lo entiendo —giro para voltear a verme y camino hacia a mi—Pero debe ser difícil dormir en el sofá.

—No tanto.

Me sonrió, y deje aún lado el tema, la guíe hacia el baño y las demás habitaciones y luego de que viera lo del segundo piso, decidí mostrarle la cocina.

—La cocina es tan linda y tierna, siempre soñé con una cocina tan acogedora y pequeña.

—¿En dónde vives?.

—En la mansión, si tienen una cocina enorme y también es linda, pero prefiero un lugar propio, es que siempre entran a la cocina para hacer desastres.

—¿Quienes? —pregunte interesada.

—Los demás sirvientes de la mansión.

Sonreí un poco más de lo normal, pero no me pareció raro, se siente bien pero al final un tirón en el fondo me dice que no lo disfrute tanto, decidí ignorarlo y centrarme en otra cosa.

—Aun no sé en dónde podrías dormir.

—Si quieres puedo ir a la mansión y volver en la mañana.

—No, no eso sería demasiado.

—Tranquila, no te preocupes.

—Pero...

—Nada de peros niña, ahora, ¿Que quieres comer?.

—¿Pizza?.

—Mm... No creo que eso sea bueno para el bebé.

Me sorprendió, ella sabía sobre eso.

—¿Cómo lo sabes?.

—Puedo sentirlo, aunque sea vieja mis sentidos son muy ágiles y agudos, puedo sentir como está creciendo.

—Creo que es lo único que me mantiene cuerda.

—Mañana iremos al doctor.

Quería decirle que no era necesario pero ella quería cuidar de mí así que no me queje sobre eso. La observé en silencio, sentada en mi lugar, ella disfrutaba de cocinar, parecía brillar. Me subía los ánimos. Me siento bien.

Una rosa para dos hombres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora