10:05 am {Amy}

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Pensé que aún seguía dormida, abrazada de mi almohada porque no había configurado mi alarma o incluso podía imaginarme desmaya en la estación del metro después de haber sido arrastrada por la multitud de la hora pico.

¡Esto no me puede estar pasando! ¡Y tenía que ser justo en esa mañana!

Había sido una pésima mañana desde el momento en el que, literalmente, me levanté con el pie izquierdo y me di cuenta que no había forma de llegar temprano al trabajo. La señora que tomaba la asistencia me dio una larga mirada antes de marcar mi tercera tardanza de la semana.

Una más y estaba fuera.

Luego tenía una reunión importante con mi odioso jefe de departamento y un cliente en el salón de conferencias en la planta baja donde tendría que pasar más de una hora recibiendo miradas de hombres que me doblaban la edad.

O al menos así fue hasta que el elevador decidió que era momento para averiarse.

¿Por qué el universo me odia? Daba limosnas, era buena chica y tenía años sin emborracharme.

Me di unas palmadas en el rostro, porque no podía permitirme entrar en pánico en un momento como ese.

No cuando estaba en atrapada con él.

Brenner James gozaba con el título de uno de los peores directores ejecutivos de la empresa. No porque fuera malo en su trabajo, sino por su insoportable actitud y su intratable carácter.

O al menos esos eran los comentarios que había escuchado durante el medio año que llevaba trabajando en la empresa, junto con muchas historias de terror y testimonios sobre sus andanzas.

Sin poder evitarlo, había formado cierta imagen de aquel hombre que a veces veía caminando de manera acelerada por los pisos con su asistente pisándole los talones y esta no hizo más que confirmarse cuando lo vi mirando mi ropa con un gesto de claro desagrado.

¡La ropa que tanto me esforzaba por elegir los domingos por la noche! ¿Acaso había peor ofensa que esa?

Pero la misma se había vuelto a torcer con nada más y nada menos que otra mirada.

—¿Estás bien? —pregunté mientras me acercaba.

El hombre estaba sentado en el suelo, con rodillas pegadas al pecho. Su piel se había palidecido tanto que el mármol del piso parecía tener más vida que él, con los ojos azules muy abiertos y una respiración demasiado ruidosa.

Su rostro estaba totalmente rojo.

Estaba hiperventilándose.

¡No! ¿Por qué tenían que pasarme estas cosas?

No era una enfermera, tampoco paramédica y mucho menos tenía conocimiento básico de primeros auxilios. Tomé una bocanada de aire antes de mirar a mi alrededor en busca alguna respuesta, hasta que vi mi viejo bolso justo en el lugar donde habíamos caído.

Y recordé que tenía una bolsa de papel de la dona que desayuné en el camino al trabajo. Había uno que otro pequeño rastro del relleno de chocolate, pero no creí que le importaría teniendo en cuenta su situación.

Con cuidado me acerqué a él y pensé en poner una mano sobre su hombro, algo que terminé desestimando porque no tenía ni la menor idea de cual sería su reacción.

—Shhh, toma la bolsa e intenta respirar dentro —murmuré mientras intentaba colocarla entre sus manos sin tocarlo porque era lo único que necesitaba—. O era algo así... no lo recuerdo, solo respira dentro de la bolsa.

Él la tomó y se la puso sobre sus labios. A los pocos segundos el interior del elevador de llenó del sonido del papel contrayéndose con cada bocanada de aire que tomaba hasta que en algún punto su respiración pareció regularse.

Salvé al director ejecutivo odioso. Merecía un aumento por eso ¿No?

Brenner dejó la bolsa a un lado. Las comisuras de sus labios tenían pequeñas manchas de chocolate, lo que me hizo rezar para que no resultara tener alguna alergia al chocolate o algo parecido.

—¿Estás... bien? —pregunté nuevamente.

Su rostro estaba enrojecido por el esfuerzo de respirar, sus manos intentaban aferrarse a una alfombra imaginara y sus ojos se movían por las paredes metálicas de una manera que me inquietaba demasiado.

—Sí, solo... —Tragó saliva y sus ojos no tardaron en caer sobre mí. Eran muy azules—. ¿E-estamos atrapados? ¿Es esto en serio?

—O el elevador está bajando muy lento —dije de forma sarcástica mientras sacudía mi falda y tomaba impulso para levantarme—. ¿Qué pasa? Las paredes no se van a cerrar.

—Nada... es solo qué... bueno, soy claustro-claustro...

—¿Claustrofóbico? —dije, completando la palabra y por un momento creí haber escuchado mal o tal vez la caía me había desorientado—. ¿Un director ejecutivo claustrofóbico?

Parecía muy inquieto aún, pero mi ignorante comentario pareció distraerlo un poco.

—Soy solo un director ejecutivo, no un supervillano —contestó mientras se acurrucaba en una esquina y arrastraba la bolsa de papel con él. Había un leve temblor en sus hombros—. Además, creo que ni siquiera tienes el derecho de hablarme, eres asistente ¿No?

No solo lo había salvado, sino que también lo había reiniciado a su modo de cabrón certificado.

Al parecer no podía hacer nada bien ese día.

—Para tu información, soy secretaria de Roger Graham —respondí sin mirarlo—. Y Te salvé la vida.

El director ejecutivo frunció el ceño.

—Así que eres la nueva de la que tanto habla. —Elevó una ceja—. ¿Ya se acostaron?

Y ese fue el punto de quiebre de mi paciencia, esperando que mis pupilas lograran transmitir.

—No me acuesto con él ¿Por qué demonios todas las secretarias sufren de ese maldito cliché de películas?

—No es un cliché—dijo con los ojos cerrados mientras recostaba la cabeza del espejo—. ¿Sabes por qué renunció su última secretaria?

Negué. De alguna forma lo notó con los ojos cerrados y rio.

Superpoderes malvados de directores ejecutivos, eso debió ser.

—Ella quería formalizar su relación y él la despidió —respondió, pero capté algo de desagrado cuando lo dijo. Como si no lo aprobara—. Ten cuidado.

Roger Graham había sido mi jefe desde que terminé en la empresa y siempre tuve un mal presentimiento sobre él. No estaba segura si era por sus pequeños ojos verdes, la incipiente barba que apenas lograba hacer crecer o su cabello teñido.

Lo sabía porque una vez me hizo salir en hora pico para comprar un tinte L'Oreal castaño claro Nº3 en Target.

—Que asco —respondí, intentando dejar en claro mi rechazo ante la sola idea de verme envuelta en algo así con él—. Ni en un millón de años me acostaría con él.

—Eso mismo dijo Leonor y mira como terminó.

Fue la gota que derramó el vaso. Alcancé mi bolso para retirarme a una esquina y dejarme caer sobre la dura superficie de mármol.

—Por lo menos no sufro de claustrofobia —dije antes de cerrar los ojos e ignorarlo. 

El ElevadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora