10. Un sacrificio de amor

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"La diosa de la piedad tiene mil manos y las necesita todas."

-Proverbio japonés


La luna se posaba reinante en el cielo azul, sin ninguna estrella ni nube a su alrededor. El paisaje desprovisto de toda vegetación dejaba ver la tierra seca y árida que flotaba en suaves brisas de viento. Más de cincuenta guerreros Aquam Giants danzaban unidos de la mano, creando un gran círculo de protección para la ofrenda de Gea.

Aisa se hallaba en el medio de la ronda, completamente desnuda sobre la tierra y con un grupo de mujeres que cargaban extrañas ropas en sus brazos para cubrirla. Comenzaron a vestirla como si fuera un maniquí, inerte e inexpresivo. Así se veía Aisa, que lloraba sin cesar y le rogaba a las mujeres que se detuvieran, que no la mataran. No podía creer que estuviera pasando aquello que creía haber logrado evitar.

—Niña, nadie te matará —dijo una mujer mayor, de piel oscura que inspiraba miedo y que machacaba unos polvos de colores en un recipiente de madera—. Eres el regalo divino para la adorada Gea. Tu cuerpo se transformará en su devoción para la tierra. Nuestros problemas acabarán contigo.

—¿Conmigo o gracias a mí? —preguntó Aisa que comenzaba a sentirse como si fuera el problema y no la solución de todo.

—Eso no importa ya. El ritual está a punto de empezar y con él, nuestras vidas se renuevan.

—Esto es una locura, nada va a cambiar, ¡Una estúpida ofrenda no salvará el mundo!

—¡Cierra la boca! —Gritó la mujer y abofeteó duramente a Aisa, que se quedó callada—. Es tu deber desde el día en que naciste. Has tratado de escapar a tu destino, pero es inevitable. La tierra necesita su liberación y solo tú puedes hacerlo.

—¿Qué no entienden? ¡Mi muerte será en vano! —gritó Aisa, forcejeando con sus brazos y piernas que se encontraban atados. Si se movía mucho, comenzaría a sangrar otra vez por lo tensa que estaban las ataduras. Le dolía todo el cuerpo por estar sobre la dura tierra.

—¿Prefieres morir tú o que mueran tus amigos? —preguntó la mujer que ahora estaba frente a frente a Aisa y hablaba con total convicción. Aisa se quedó atónita ante la pregunta—. Así es, si no haces el sacrificio iremos tras ellos, y haberte entregado voluntariamente sí será en vano. Y no quieres que esos lindos hermanos mueran por tu egoísmo, ¿No es verdad? —Aisa negó con la cabeza repetidas veces—. Piénsalo de esta forma, joven Aisa. Con tu simple e insignificante vida, salvarás la de todos los habitantes de esta tierra, humanos y animales. Gea se levantará de nuevo, fuerte y triunfante.

—Y mis cenizas estarán guardadas en una caja.

—De hecho, tus cenizas serán esparcidas en cada elemento al finalizar el ritual. Para sellar tu sacrificio.

Aisa respiró hondo y bajó la mirada en muestra de su rendición. No solo iba a morir, sino que también sus restos se perderían en el mundo y ya no sería nada. La mujer introdujo sus dedos en el recipiente y comenzó a pintar el rostro de Aisa con líneas de colores. Dos franjas marrones en la frente, representando a la tierra; una línea larga y blanca atravesando el tabique de su nariz, el aire; dos rayas azules bajo sus ojos simbolizando al bello mar y por último, un círculo rojo como la sangre en su barbilla, el intenso fuego. Cuando terminó, la mujer tomó el recipiente donde estaban los polvos entre sus manos y lo partió al medio.

—Esto simboliza la bienvenida de los cuatro elementos a tu cuerpo, ¡Gea, recibe tu ofrenda!

—¡Gea, recibe tu ofrenda! —gritaron los hombres danzantes, que se agachaban y alzaban sin soltar sus manos. Aisa pensó que estaban en una especie de trance.

Tierra de gigantes [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora