4. Los secretos de Aisa

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"Para pedestal, no para sepulcro, se hizo la tierra, puesto que está tendida a nuestros pies."

-José Martí


La furiosa criatura aprisionó a Aisa, quién emitió un grito tan fuerte como su garganta se lo permitió. A unos metros, los hermanos observaban la escena con horror, sintiendo que cada segundo era decisivo para la vida de la chica.

—¡Theo! ¡¿Podrías encargarte de ese par un momento?! —gritó Jared a su hermano, señalando al par de bestias que habían estado atacando. Quería que le cubriera la espalda mientras rescataba a Aisa.

—¡Claro! ¡Ayúdala!

Dicho esto, Theo se volteó nuevamente para continuar atacando a las bestias, mientras Jared le da daba la espalda y se agachaba. Cerró los ojos, apoyando ambos puños en la tierra. Frente a él, el monstruo asustaba a Aisa levantando sus pesadas patas delanteras y dejándolas caer una a cada lado de la cabeza de la pobre chica, quien lloraba de miedo.

—¡¿Qué esperas, hermanito?! ¡¿Una invitación?! —reclamó Theo al notar la poca acción de su hermano, mientras él dejaba caer más porciones de tierra sobre los animales restantes.

Jared gruñó al ver perturbada su concentración, sin embargo, continuó enfocándose en los movimientos que debía realizar la tierra bajo sus pies. Al considerarse listo, abrió los ojos, extendió los brazos hacia los lados en un movimiento ascendente, provocando que dos inmensos trozos de tierra se levantaran a sus costados, y finalmente con un aplauso, estos chocaron directamente con el monstruo, quién gimió de dolor, al tiempo que sangre en abundantes cantidades brotaba de su grotesco cuerpo y caía sobre la ropa de Aisa.

La chica aún lloraba de miedo, y se obligó a sí misma a cerrar los ojos al ver como un tercer trozo de tierra, lanzado por Theo, arrastraba al ahora moribundo animal lejos de ella. Tenía la respiración agitada, estaba desorientada y llena de miedo. De repente sus oídos se taparon, y al abrir los ojos solo logró ver el rostro cansado de Jared hablándole, o gritándole, probablemente para hacerla reaccionar. Pero no lo escuchaba y pronto sus ojos se cerraron completamente, perdiendo la consciencia en medio de la oscuridad de la noche, mirando a quien había sido su salvador.

Se sumió en un sueño profundo, que la transportó a una Toscana que no lucía tan destruida como cuando la abandonaron, una Toscana que aún no vivía la ardua batalla entre Agua y Tierra que habían librado los hermanos. Se transportó a aquella vieja casona, la que había sido su casa, y luego de huir de su destino, también su refugio.

Los elementalistas Agua, hacía ya dieciocho años, habían pedido a la Gea una ofrenda, un chico o chica con cuyo sacrificio pagarían los daños a la tierra, y traerían la paz al mundo. Poco después, nació Aisa.

A medida que la pequeña crecía, comenzaba a mostrar cada vez más su dominio sobre su elemento, y a los cinco años ya era tan poderosa, que no hubo duda: Ella era la ofrenda, ella sería la chica que sacrificarían apenas hubiera cumplido la mayoría de edad.

Aisa no se enteró de su crudo destino hasta la mañana de su cumpleaños número dieciocho...

—Aisa, ¿dónde estás? —la llamó su madre desde la cocina. Era una mujer alta, con el cabello castaño y los ojos oscuros, asombrosamente parecida a su hija.

—Aquí —respondió la chica, apareciendo en el umbral de la puerta. Vivía sola con su madre, puesto que su padre estaba en la guerra, y juntas se habían encargado de mantener a salvo su hogar en la Toscana.

La mujer se obligó a sonreír. A pesar de que sabía hace años que su hija sería sacrificada, no era algo a lo que uno se pudiera hacer a la idea. Le dolía muchísimo el que asesinaran a su pequeña, y si hubiera podido hacer algo para evitarlo, lo hubiera hecho, pero la tenían amenazada. A pesar de que escaparan, ellos no descansarían hasta que hubieran dado muerte a Aisa y cumplido con la ofrenda a la Gea.

Tierra de gigantes [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora