2. Emprendiendo un largo viaje

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"La tierra ama nuestras pisadas y teme nuestras manos."

-Joaquín Araújo


Todo parecía haberse detenido en ese instante. La muchacha lo miraba intranquila, con sus pupilas bailando nerviosas en sus ojos, y su pecho subiendo y bajando bastante rápido. Jared entrecerró los ojos y se preguntó si sería necesario poner el dedo en el gatillo, mientras la misteriosa castaña se levantaba del suelo lentamente y le echaba una última mirada a los restos del plato en el suelo.

—¿Quién eres? —preguntó con voz temblorosa.

—Lo mismo me pregunto. Soy el que lleva el arma, ¿no ves? Yo debo hacer las preguntas aquí —Sus palabras salieron más duras de lo que pensaba en su mente, pero no se retractó. Si algo le había enseñado la guerra era que si no te hacías respetar, el enemigo haría que tú lo respetes.

A pesar de la firmeza en su voz, la muchacha no parecía dispuesta a decir nada. Jared reconoció que era algo admirable, aunque bastante terco, plantarse frente a alguien que te apunta con un arma en la cabeza y mantenerte lo más calmada posible.

—Soy un soldado. Sé usar esta cosa que tengo en la mano y no sería la primera vez que lo hago. Ni la última —recalcó al final, diciendo las palabras con lentitud, para que se calaran en la mente de la chica y le hicieran temer.

Logró su objetivo. El semblante de la bella mujer había cambiado. Ya no se veía tan segura como antes, sus manos temblaban y con la mirada buscaba desesperadamente alguna escapatoria.

—No me hagas perder el tiempo, dime quién rayos eres y qué haces aquí.

—No te diré nada. ¿Crees que tengo miedo de que me mates? Si lo haces te quedarías sin respuestas, y no vas a arriesgarte a ello.

Jared maldijo internamente porque ella tenía razón, había leído sus pensamientos. Pero todavía le quedaban varias cartas bajo la manga.

—Bien, si no quieres cooperar por las buenas, lo haremos por las malas.

Harto de darle tantas vueltas a la situación, él dio dos simples pasos hacia adelante y la tomó del brazo derecho con fuerza. La chica comenzó a forcejear y dar leves gritos, entre ellos varias maldiciones, mientras Jared caminaba fuera de la cocina y la arrastraba hacia la sala donde se encontraba su hermano.

Al llegar, la soltó con brusquedad haciendo que casi cayera en el suelo. La realidad era que su relación con las mujeres era casi nula, los tres años que había estado luchando obligaron a que olvidara el poco trato que tenía con las personas normalmente.

—¡¿Qué rayos sucede?! —preguntó Theo alarmado al ver a Jared tan alterado, y luego su mirada captó a la chica que se acariciaba el brazo adolorida—. Oh, ¿hola?

—Hola... —contestó ella, mirando recelosa a Jared que observaba cualquier punto en la pared, claramente enojado.

—¿Cómo te llamas? —El menor sonreía con sinceridad y le brindaba la confianza que su hermano carecía.

—Aisa.

—Qué lindo nombre, ¿y qué haces aquí? —dijo frunciendo el ceño. Con un suspiro intentó acomodarse, ya que se le estaba entumeciendo el cuerpo allí acostado, pero al notar que difícilmente lo lograría sin decir unas cuantas maldiciones ante la chica, se resignó.

—Eso es lo que quería saber, pero se negó a decirme. —Jared dejó salir sus pensamientos con impaciencia y luego se colocó junto a su hermano para revisar su herida. No se veía muy bien, pero no tan mal como hace un rato. La sangre había parado de brotar a borbotones y la sal estaba surtiendo efecto.

Tierra de gigantes [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora